5-Cásate conmigo II

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Cuando regresó del cementerio, se quitó el vestido y aún en enaguas se metió a la tina, se sentía completamente exhausta, como si hubiese pasado largas horas en un quirófano. Todo el cuerpo le dolía, sumergida lloro y lloro sin parar.

Candy había visitado la tumba de Susanna Marlowe esa tarde, pese a la resistencia de Eleanor, se salió con la suya. Hizo lo que no pudo hacer en el pasado, enfrentarla. Pero lejos de sentirse aliviada, se sentía devastada, tremendamente triste. Una vez más aquella mujer le partía el corazón.

—¿Renuncie a él esa noche, para qué Susanna, para qué? Se dijo.

Vio la hora y se dio cuenta de que Terry llegaría muy pronto, salió de la tina y se miró en el espejo tenía los ojos hinchados de tanto llorar – no quiero que él me vea así -le dijo al reflejo en el espejo, buscó una toalla humedeciéndola con agua fría, fue a sentarse en el sillón de la habitación para colocar la toalla en los ojos.

No dejaba de pensar —en verdad estaré en lo cierto, existe la posibilidad real de que Susana nunca estuvo enamorada de Terry, que hubiese disfrazado sus obsesiones con apariencia de amor para romantizar su desequilibrio mental —descubrir aquello luego de sus conversaciones con Eleanor y el propio Terry le helaba el corazón.

¿Cómo pude ser tan ciega? — se preguntaba una y otra vez, mientras hacía un repaso de eventos en su mente: 

—Se robó las cartas que le enviaba a Terry, me mintió y me echo del hotel cuando fueron a la función en Chicago, se accidentó por él, su intento de suicidio, la carta que me envío llena de ironía donde me confesaba que se había convertido en una mala persona desde que lo amaba, retenerlo a su lado conociendo sus sentimientos por mí.  

Esa noche definitivamente no era el mejor momento para conversarlo con él, pero sin duda tendría que abordarlo tarde o temprano, lo necesitaba para sanar y seguir adelante.

Una hora más tarde Terry entró al hotel, enfundado en un traje negro y con un par de rosas rojas. En el bolsillo izquierdo guardaba el anillo de esmeralda y diamantes, se sentía muy ansioso. Cual ladrón escurridizo se infiltró en los pasillos, que sólo podían ser transitados por los huéspedes. En la mañana ella le había dicho el número de la habitación sin sospechar que esa información iba a ser usada en su plan de sorprenderla esa misma noche.

Tocó la puerta dos veces, y esperó unos segundos.

En la habitación Candy estaba casi lista, se aplicó el costoso perfume comprado en B.Almant —recién ha llegado de París le dijo la elegante vendedora de cosméticos y no tiene nombre, Madame Coco sólo le ha colocado el número 5, será toda una sensación auguró segura la chica rubia.

Cuando estaba a punto de colocarse el labial escuchó los golpes en la puerta, sorprendida fue de inmediato a abrir –quizás es una llamada de Chicago- pensó- no pudo ser menos asertiva, era Terry.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo llegaste hasta la habitación?

—Tengo mis trucos, le dijo él divertido. Soltó una carcajada —Candy no pongas esa cara, esta mañana me dijiste el número de tu cuarto y me escabullí entre tantos huéspedes, te he traído las rosas que te gustaron tanto —y se acercó a ella para besarla en la mejilla.

—Gracias, son hermosas —las acercó a su nariz para inhalar su aroma.

Terry se dio cuenta de que algo pasaba, la miraba de Candy había cambiado, además tenía los ojos levemente hinchados. -Ha pasado algo en Chicago ¿Has estado llorando verdad? el hombre palideció, -dime qué ha pasado Candy- el corazón que antes galopaba lleno de alegría y ansiedad se detuvo en segundos, como helándose.

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