—Candy, mi amor, despierta, estamos por llegar. Creo que debes levantarte y arreglarte un poco —le dijo Terry al despertarla, mientras trataba de aplacar el rebelde cabello.
—Hola, tan mal me veo —le contestó Candy mientras se me masajea las sienes con las manos y lo mira de reojo.
—A decir verdad, tu cabello es un completo desastre, y se puede notar que has estado llorando. No creo que quieras que te vean así. Sé que eres una especie rara de chimpancé muy fea, aun así...
—Ay no empieces... Dios va a castigarte, tendrás a una hija igual a mí, mona pecosa, y se trepará hasta en las paredes. Será más Tarzán que yo. Ya lo verás.
—Entonces no será un castigo, deberías desear otra cosa. Porque es así exactamente es como la quiero –le respondió Terry apretando su naricita.
Candy no replicó, al contrario, le devolvió una sonrisa, la enternece la cara de ilusión que pone Terry cuando habla de su bebé. Ella estaba encantada también con sus cuidados.
El hotel en el que se iban a hospedar en Miami, contaba con una linda vista al mar, y la suite que ocupaban estaba privilegiada con esta. Tenían apenas el tiempo necesario para descansar un poco y prepararse para una cena que en honor a Patricia daría la madre de Michael. También el padre del médico, haría lo propio con los caballeros invitados de su hijo. Les ofrecerían además de la cena, una noche de puros, tragos y cartas.
—La vida es muy extraña, ¿verdad? —le dijo Candy en tono melancólico mientras él le colocaba los zapatos.
—¿Por qué lo dices pecosa?
—Porque justo cuando todo parece tomar su rumbo en mi vida, tú y yo volvemos a estar juntos, somos felices, vamos a tener a nuestro bebé; pasa todo esto, que me pone tan triste de nuevo, y no quiero estar así.
—Es natural que te sientas triste, ya pasará. Pronto te sentirás mejor, ver a tus amigos te va a animar, y cuando regresemos a NY vas a estar de nuevo muy ocupada, y todo irá disipándose.
Él la envolvió en un abrazo, cerrando los ojos, y ella se abrazó a él también con fuerza, como queriendo impregnarse de su presencia. Terry no perdía la sonrisa, menos en esos momentos, Candy lo adoraba por eso. Él la apartó para sujetarla por los hombros, admirándola.
—Estás preciosa, no pienses más en cosas tristes. Veo que te pusiste las joyas que te regaló mi madre, serás la mujer más bella esta noche —le dijo.
—Tú estás muy guapo también. Me muero de celos, no quiero que ninguna mujer te mire —le dijo Candy en un puchero.
—Ja ja ja ja —Terry soltó una carcajada, y levantó su mano, mostrándole el dorso, señalando con el dedo índice de su otra mano la sortija de matrimonio —¿sabes qué es esto? —mirándola con picardía —es la señal de que soy un hombre atrapado, así que no tienes nada que temer pecosa —al tiempo que le tomaba el rostro entre las manos y le daba un beso en los labios.
Ella se giró de nuevo al espejo, y volvió a verse, barriendo la mirada de arriba abajo. Acarició el collar de diamantes y esmeraldas. Candy tenía intenciones subrepticias en el uso de esas joyas. Del vestido de diseñador que escogió entre los varios que llevó en su maleta. Esa noche vería a Sara Lagan después de mucho tiempo. Sabía perfectamente a lo que se enfrentaba, y si esta mala mujer quería verla por debajo del hombro, tendría que verla así, no como a la chica del establo que una vez fue.
Patricia esperaba a Candy en la entrada del salón, para recibirla ella misma. No se veían desde NY. Sin embargo, se abrazaron como si no se vieran desde hacía años. Patty no podía dejar de tocar el crecido vientre de su amiga. Mirándola con cariño, también se dio cuenta de que ella no era la misma. No dudaba de la felicidad que irradiaba, pero sin duda existía un indicio de dolor en su rostro. Que atribuyó a lo que seguramente había vivido en Charlotte.

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Partida en dos
FanfictionEl anhelado encuentro se da entre Terence y Candice White, logrando con ayuda de quienes los aman estar juntos de nuevo. Pero un secreto dejará al descubierto que todo puede pasar y que el dolor como el amor es una realidad a la que no se le puede h...