24- Lazos de sangre

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A pesar de la emoción que la embargaba, Candy recordó que Georges era un hombre de naturaleza esquiva, y no quiso que se sintiera incómodo. Al igual que ella debía estar experimentando sentimientos nuevos de familiaridad un tanto difíciles de asimilar. Luego de abrazarlo con fuerza y ser abrazada de la misma forma. Se agarró de su brazo, y con este gesto simple le manifestó lo que ya sabían los dos, que el afecto mutuo existía y que pesar de tener alrededor personas importantes que los querían, también estaban ahora ellos dos para tenerse en adelante uno al otro.

—Vas a ser tío, lo sabes, bueno doblemente tío —le dijo Candy mientras limpiaba sus lágrimas.

—Lo sé, William ya me lo dijo. Y cómo ha estado señorita Candy, se ha sentido usted bien —le preguntó sin alterar la formalidad que lo caracterizaba.

—No muy bien Georges, pero espero sentirme mejor con el paso de los meses, todos dicen que me sentiré mejor pronto.

Ya en el auto como era su costumbre, Candy no paraba de hablar. De todo lo que había hecho en el día, del comportamiento de sus pesadas compañeras de trabajo, a excepción de Katherine.

—Solo tengo que resistir hasta que obtenga mi certificado de enfermera intensivista —sentenció sorprendiendo especialmente a Terry.

—Vas a dejar tu trabajo en el hospital, no lo habías mencionado. ¿Acaso lo decidiste hoy? —le preguntó Terry más que sorprendido.

—Aún no lo decido, pero es posible que sí, que deje el hospital apenas termine mi capacitación —dijo mientras se recostaba a su hombro.

—Pues creo que, si no te sientes bien allí, no debes obligarte a permanecer más tiempo pequeña. Hay muchos más hospitales en Nueva York, si es que quieres seguir trabajando —opinó Albert.

Candy fue la primera en maravillarse, primero con la bella calle donde estaba ubicado el imponente edificio, muy cerca del Central Park, y finalmente con el departamento. Que estaba dotado de una bella cocina amoblada, living y comedor separados por mamparas de madera y cristal, y pasillo alfombrado directo a las 4 habitaciones. Inquieta como era, Candy comenzó a recorrer el piso, de un lado a otro, haciendo planes para cada rincón. No paraba de repetirle todas las cualidades del lugar, y de inmediato escogió el cuarto para ellos y el bebé.

—¿Cuándo podemos ocuparlo? —le preguntó Terry a su suegro.

—Creo que en unas semanas. Cómo ves todo está prácticamente terminado. Este querido amigo, serán nuestras futuras fuertes inversiones, los bienes raíces. En eso enfocaremos a las empresas Ardlay—le explicó Albert.

Después de revolotear por todas partes, Candy regresó al lado de Terry y Albert.

—Gracias, Tío Abuelo William, en verdad has mandado a construir un lugar muy bonito. Me gusta mucho —comentó Candy con voz socarrona.

—No seas insolente, ahora por qué no nos vamos, para que tú y Georges puedan hablar.

—También creo que es una buena idea. Vamos a la casa de mi madre, cenamos y luego pueden hablar con tranquilidad.

Candy estuvo de acuerdo, y salieron rumbo a la casa de Eleanor. Antes de marcharse del departamento acordaron que la firma de los papeles de propiedad se haría sin demora al siguiente día.

La noche era tranquila y fresca, así que después de la cena, Terry invitó a Albert para que disfrutaran de un trago en la terraza, de ese modo le darían a Georges y Candy la oportunidad de poder conversar con la privacidad necesaria. Así, tío y sobrina se dirigieron al salón, a dónde pidieron les llevaran café para ambos. Mientras esperaban que uno de los empleados les sirviera la bebida, Georges inspeccionó en silencio la vasta biblioteca, viendo en silencio algunos de los títulos allí ordenados.

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