28- Reconciliación (Final)

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Después de su almuerzo, Candy le pidió a Patricia que fueran a visitar a Michael al hospital Bellavue. Él también era su amigo muy querido, y quería verlo una vez más, conversar con él un rato, tomarse un café los tres. Además, necesitaba consultarle algo que la tenía inquieta antes de emprender el viaje. Se sintió muy feliz una vez más, de verlos tan enamorados, observando cómo se trataban dulce y atentamente.

Regreso a casa, con un dejo de nostalgia, pero también con una sensación de plenitud. Ansiosa por lo que el destino le tenía reservado. Volver sobre sus propios pasos, con él, con su adorado Terry, y con el fruto de su amor. Estaba realmente feliz, y en lo único que podía pensar era en abrazarlo y emprender sin miedo en su corazón, todo lo que el destino pusiera delante de ellos.

Miró su reloj, eran casi las seis de la tarde, el tiempo había pasado volando ese día. Cuando el taxi dobló en su calle, pudo reconocer a lo lejos, no muy distante la figura de él, cerca de la entrada del edificio donde vivían. Usaba su habitual jockey inglés, enterrado hasta los ojos, pero ella lo reconocería a kilómetros de distancia. Fumaba, por lo que ella intuyó que estaba algo intranquilo, solo fumaba cuando algo lo alteraba. Ella bajó diligentemente del taxi. Él la vio de inmediato y se acercó, antes apagó su cigarrillo con el pie.

—Qué bueno que llegas, te confieso que deseaba con todas mis fuerzas que llegaras lo más pronto posible, no podía estar allá arriba. Mi madre está con Eleanor.

—Pero qué te ocurre Terry, por qué estas así. Acaso discutiste con Robert, se pusieron mal las cosas entre ustedes. No volverá a contratarte cuando vuelvas —le preguntó ella también nerviosa.

—No, no es eso. Por qué no vamos al clandestino de la esquina, quiero, necesitó tomarme un trago, hablar contigo a solas.

Candy no tuvo que pensar mucho más, aceptó porque comprendió al ver su rostro angustiado y ensombrecido que todo se trataba de la carta. Terry leyó la carta de su padre, pensó, y necesita desahogarse.

—¿Leíste la carta de tu padre verdad? —le preguntó ella, anticipando la respuesta.

Él asintió con un movimiento de cabeza, y escarbo en su bolsillo para buscar su pitillera y encender un nuevo cigarrillo. Candy lo vio en tal estado de conmoción que ni siquiera se atrevió a regañarlo por estar fumando, y claro que lo acompañaría a tomarse los tragos que él quisiera. Así que, sin decir más, ella se abrazó a él y comenzaron a caminar en dirección al bar clandestino, donde ya lo conocían.

Apenas se sentaron, Terry pidió un whisky irlandés, doble y Candy un Ginger Ale. Encendió de nuevo un cigarrillo, y sacó de su chaqueta el sobre, abrió la hoja y la extendió sobre la mesa, acercándola a ella.

—¿Quieres que la lea? — le preguntó Candy.

Él solo se encogió de hombros y le dio un sorbo al trago, bebiendo en una vez. Ella le tomo la mano con fuerza, y le besó el dorso. Sujetó la hoja y comenzó a leer.

Terence, sé que han pasado muchos años desde la última vez que nos vimos. No pude darme cuenta entonces que sería la última vez. Y te marchaste tan molesto conmigo, diría que odiándome. No hago más que arrepentirme de no haberte escuchado esa mañana, cuando pediste mi ayuda. Después de todo entendí que siempre amaste a esa muchacha. A la señorita Ardlay, ahora señora Granchester. Te fuiste de mi lado muy joven y te has convertido en un hombre sin mi ayuda. Estoy orgulloso de ti. Quiero que lo sepas. Mi soberbia te alejó de las dos mujeres que más has querido, primero de tu madre y luego de Candice.

Te felicitó por tu boda, me reconforta que finalmente seas feliz al lado de la mujer que amas. Te regreso la Villa, siempre fue tu lugar favorito, la única propiedad de la familia que realmente significa algo para ti. Allí yo también fui feliz con tu madre. Espero que algún día sepas perdonarme.
Richard Granchester.

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