14- Lazos misteriosos

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Terry no pudo dormir bien esa noche, se sentía inquieto y dolorido. Tenía sentimientos encontrados, y por otro lado se continuaba cuestionando el hecho de permitir que las palabras de Eliza, que seguramente habían sido dichas con toda mala intención, lo estuviesen desequilibrando.

Varias veces durante la noche, se paró frente al gran ventanal de la habitación, mirando a los lejos, a la nada, pensando en lo tonto de su comportamiento. En una de esas ocasiones se sentó en la cama, al lado de ella, mirándola, la luz de la noche iluminaba su rostro apacible, ignorante de la tormenta de celos que él llevaba por dentro. Sentía celos absurdos de Albert, de Michael y de todos los malditos hombres que no llegó a conocer y que si quiera pensaron en ella como mujer, siendo ella suya, solamente suya. Después de tenerla, como él solo la ha tenido, el miedo también apareció en su corazón, porque ya ha probado la vida donde ella lo es todo, y considerar si quiera volver al pasado lo enloquece.

Se quedó a su lado por un rato, volviendo a mirar a la nada. Candy despertó y viéndolo allí a su lado, sin decir palabra alguna, se incorporó suavemente y lo abrazó, rodeándolo con sus delgados brazos, dándole besos tenues a su espalda. Él sintió que un torrente de calidez recorrió su cuerpo, y se volvió hacia ella para besarla, manifestando con ese beso todo lo que su cuerpo deseaba, que no era más que poseerla completamente, convertirla en una presa de su atormentado amor.

—Dime que me amas Candy, porque yo te amo, más que a nada en mi vida –le dijo Terry casi en tono suplicante mirándola a los ojos.

—Te amo Terry, siempre te he amado —diciendo esto se quitó la bata de seda y se abrazó a él semidesnuda, porque no tenía corpiño.

El roce de sus pechos desnudos, en la piel de él lo encendieron de pies a cabeza, estaba obnubilado de deseo, percibiendo con todos sus sentidos como era ella quien lo besaba ansiosa. Se separaron unos segundos para verse una vez más y ella volvió a besarlo, mordisqueando suavemente los labios de su amado, produciendo en él un estremecimiento total de su cuerpo. Sin inhibiciones, Candy bajo con sus labios hasta el cuello, y después recorrió su torso firme y fuerte, y por primera vez su mano entró en el interior de su calzoncillo para acariciar su virilidad firme y punzante. Ella se tumbó de nuevo sobre la cama, y lo atrajo con ella, tocándolo sin pudor.

—Tócame tu también, te amo —le dijo en un gemido —quiero que me hagas el amor como siempre lo has soñado- agregó entregada completamente a las sensaciones que despertaban en ella el amor de su vida, su esposo, su todo.

Las manos largas y delgadas de Terry bajaron hasta su entrepierna, retirando la única prenda que la vestía, solo el roce de las yemas de sus dedos la hacían vibrar, sus caderas se contoneaban deliciosamente para él a medida que sus dedos estimulaban su punto de placer, mientras la tibieza de su boca estimulaba también sus pezones erguidos de dicha por el sensual contacto, derramada en su mano llegó a la cúspide, embriagada de goce se aferraba con dientes y uñas a los fuertes brazos de su amante, jadeando en su oído cuanto lo amaba a la vez que sus ojos soltaron lágrimas espontáneas por la intensidad del orgasmo.

—Quiero amarte con todas mis fuerzas, quiero que me sientas por completo, quiero hacértelo con rudeza —le murmuro Terry al oído, y al mismo tiempo la embestía con salvaje desesperación, con la seguridad que le dieron las palabras de su amada —Si algo te incomoda debes decírmelo, no tengas vergüenza.

El amanecer los sorprendió aun amándose, esa madrugada probaron nuevas posiciones, nuevas formas de proporcionarse placer de forma intensa y mutua. En la cama, con cada encuentro, ellos podían no hablar palabra alguna, sus cuerpos, sus pieles y sus fluidos lo hacían en un lenguaje íntimo sintiéndose verdaderamente amados.

Cuando la furia mermo, se quedaron enredados, desnudos, recuperando el aliento, empapados en sudor. Después de unos minutos en silencio, fue Candy la que quiso preguntarle algo que hasta ese momento no le preocupaba, pero creyó necesario conversar.

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