12- Paulina Cornwell

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"Mas tu eterno verano, jamás se desvanece, ni perderá su instinto de tener la hermosura, ni la muerte jactarse, de haberte dado sombra, creciendo con el tiempo en mis versos eternos. Mientras el ser respire y tengan luz los ojos, vivirán mis poemas y a ti te darán vida" (Soneto 18- William Shakespeare.)


Paso una semana desde la boda, Terry se había dedicado a estudiar su papel, acompañó a Albert varias veces al banco y milagrosamente, comenzó a estrechar una nueva etapa en la "amistad" con Archibald Cornwell. Candy estaba dedicada por su parte a buscar un reemplazo para ella en la Clínica del doctor Martín, acordaron contratar una nueva enfermera, cuyo sueldo sería costeado por las empresas Ardlay, que era la principal benefactora del centro de salud y del Hogar de Pony.

Pero ese día quería ir a cabalgar, con ella, recorrían la gran propiedad de los Ardlay, le agradaba llegar hasta la rivera del Lago Michigan, se sentaban allí a conversar y reír, como en los tiempos del Colegio San Pablo. Ella escuchaba siempre atenta todas las historias de él sobre sus giras, sobre la compañía, era el único momento en que Candy permanecía en silencio, lo escuchaba siempre atenta, absorta, admirando su vehemencia cuando de teatro se trataba, recordaba aquella confesión en Escocia, cuando él le dijo por primera vez que adoraba el arte escénico y le mostró las obras de Shakespeare que permanecían en la biblioteca de los Granchester en la Villa.

En esos momentos a solas, rodeados del verdor de los terrenos con el sol reflejándose en el lago, ellos volvían a ser los adolescentes enamorados del pasado, pero con la licencia que les dada la adultez y el matrimonio, esas ocasiones se convertían en caricias atrevidas, abrazos envolventes, besos apasionados.

Esa semana, su primera como pareja fue una de total descubrimiento para ambos, jamás habían tenido tal intimidad. Terry encontraba en ella no solo a la chica más importante de su vida en el plano espiritual, sino también en el carnal. La condujo con dulzura todas esas noches, para que ella conociera el placer de amar y ser amada, al desnudo, con la piel, con la saliva, con el sudor, con las manos. Y ella que lo adoraba, se permitió romper poco a poco sus barreras mentales, y le permitió todas esas revelaciones, las que fueron mutuas. Los dolores del pasado, se estaban poco a poco desdibujando, dando paso a una vida en florecimiento.

En la privacidad de esa gran habitación, gracias al cielo, la más alejada de la casa Ardlay, ella también iba aprendiendo de sus manías, porque claramente comenzaban a aparecer también los rasgos cotidianos. Era muy ordenado y metódico, organizado con todos sus objetos personales, y celoso de sus libros. En cuanto a su forma de vestir, usaba trajes elegantes, caros, siempre de los mismos colores, gris oscuro y negro, de corte inglés hechos a la medida, tenía una fascinación por las camisas blancas, y por el jockey más que por los sombreros. Cuando su esposa le preguntó por esa preferencia, él simplemente contestó que le permitía con más facilidad ocultar su rostro cuando lo necesitaba, que era una costumbre adquirida en Nueva York.

Claro que en Chicago estaba más relajado, y vestía más informal, a veces andaba por la casa solo con pantalón, camisa y suspensores, tuvo que adquirir un traje de equitación que no le agradó mucho, pero cumplía con el propósito. Se vio en la encrucijada pragmática de escoger entre un traje que no sería hecho a su absoluto gusto personal, o disfrutar de las cabalgatas con comodidad, y optó por lo segundo.

Esa tarde, después del almuerzo el matrimonio hizo este recorrido nuevamente, ambos a caballo. Llegaron hasta un escampado que antes visitaron con vista al lago, extendieron una manta y se recostaron allí, ambos mirando al cielo, ella recostó su cabeza sobre el pecho de él.

—Esto me recuerda a Escocia ¿y a ti no se te recuerda pecosa?

—Sí, claro que me recuerda a Escocia, está comenzando el verano, el cielo esta despejado y tan azul, el olor a hierba, el lago.

Partida en dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora