Capítulo 09

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El plan era sencillo: Mateo, Kaoru y Yakiimon se dirigirían a las minas, a las cuales se accedía a través de uno de los habitáculos cerrados en el patio, mientras que Ájax, Marsha y Pucchiemon se encargarían de rescatar a la hermana de ésta última.

Salir del barracón de madrugada resultó fácil. Todos estaban tan cansados que nadie se despertó, aunque tampoco hicieron ruido alguno al meterse en el desagüe. Tras el ataque, los centinelas que el boniato había identificado como Owlmon, se habían apostado en las murallas habiendo abandonado sus habituales vuelos en círculo sobre el cielo. Aquello facilitaba las cosas.

—Dejaremos la puerta entreabierta para que la ubiquéis, pero os esperaremos en la gruta según lo acordado —anunció el rudo.

Sin mediar palabra, los grupos se separaron y tomaron caminos diferentes. El que lideraba el cazador corrió hacia el pasillo, pero la marcha se vio interrumpida cuando éste se detuvo junto a la araña presa a la roca y del interior de su ropa sacó un buen trozo de carne que había guardado.

—Toma, monstruito. —Se la tiró a los pies con desdén—. Tienes coraje y vamos a necesitar un poco de eso para salir de esta montaña al parecer. ¿Me entiendes? —Frunció el ceño—. Es igual, tú come.

—Ájax, tenemos que continuar. Nos estamos exponiendo demasiado. —La morena de piel se mostró inquieta. Quería acabar cuanto antes.

—Volveremos en unos diez minutos —afirmó Ájax y entonces retomó la marcha y no se detuvo hasta que llegaron a la puerta indicada. Esta vez la forzó con el cuchillo, dando gracias de que no tuviera cerradura, y entró el primero para cerciorarse de que el camino estaba despejado—. ¡Adelante!

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Al igual que la primera vez, siguieron el pasillo y tomaron las respectivas bifurcaciones sin toparse con nadie. Por desgracia y para su sorpresa, al llegar a la sala donde vieron a la Pucchiemon verdosa por última vez, ésta ya no estaba colgando de ninguna cadena ni se encontraba allí. Tan sólo permanecía en su sitio aquel digimon grande y orondo de color rosa que estaba prisionero en una celda rodeada de cadenas.

—No puede ser, ella estaba aquí, ¡tú lo viste Ájax! —La coneja alzó la voz entre confusa y aterrada—. ¿Qué han hecho con ella?

—No lo sé —se limitó a contestar el cazador.

Ni siquiera había algún rastro o pista sobre su paradero, sencillamente había desaparecido. A diferencia de la otra ocasión, sobre la mesa había un par de objetos que Ájax reconoció y le provocaron pequeñas reminiscencias de su pasado: se trataba de un cinturón que iba a juego con sus botas, que además tenía un pequeño bolsillo adherido que parecía una riñonera, y un arnés que iba ceñido al cuerpo. Sin dudarlo los cogió y se los equipó para recobrar algo de su pasado. Eso le hizo recuperar el orgullo.

—¡Quiero a mi hermana! —gritó Pucchiemon de forma caprichosa.

—Baja la voz o vas a despertar a todos en la ciudad —suplicó Marsha, envuelta en un aura de ansiedad palpable—. Por favor.

Ájax las escuchaba, pero no les estaba prestando atención. Al lado de la jaula se encontraban varios contenedores vacíos y sobre ellos un juego de llaves que posiblemente abriesen todas las cerraduras de la ciudad, incluso aquellas que aprisionaban al orondo monstruo.

De pronto su mente se trasladó a unos laboratorios de La Capital, el lugar de trabajo habitual de la doctora Daliah Iosefka, la única amiga real que el cazador había logrado cosechar en toda su vida. Su relación, si bien marcada por límites, era fluida y le aportaba buenos pensamientos.

—Gracias por la celeridad, sé que últimamente no tienes demasiado tiempo —agradeció la mujer hindú, ataviada con una bata blanca que llevaba cerrada y unos zuecos negros de lo más cómodos—. Ayer me quedé sin el último de los sujetos de experimentación y necesitaba más.

Digimon: Rise Of DarknessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora