Capítulo 36

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La transformación de Innsmouth más que forzada se sintió orgánica. Las estructuras se encontraban unidas entre sí a causa del coral que las había engullido y formaba ahora un arrecife lleno de capullos violáceos que expulsaban oscuridad. Las calles seguían anegadas y llenas de algas que daban cobijo a innumerable cantidad de peces y crustáceos que nadaban a sus anchas como si estuvieran en el mismísimo océano. El único edificio que se salvaba de una completa invasión era la iglesia, que por razones desconocidas el Mundo Oscuro era incapaz de penetrar sus paredes y doblegarla a su antojo como había hecho con el resto del pueblo.

Abdiel interpretó eso como un mal augurio, una advertencia que caía sobre él, le amenazaba y vigilaba de cerca sus movimientos. Angustiado, cesó sus actividades y la vida social para encerrarse a elucubrar sus próximos movimientos... Debía ser cuidadoso, más la mirada inquisitiva de Millicent le perseguía allá donde fuera.

—Dichosa mujer, ¡lo ha echado todo a perder!

Tras cerciorarse de que la entrada a la iglesia estaba bien cerrada, caminó hacia el otro extremo hasta alcanzar el ábside. Su paso fue iluminado por una vela debido al hecho de que ninguna luz era capaz de entrar por las obstruidas vidrieras. Una vez bajo la cruz introdujo la única llave que quedaba en su posesión en la ranura y activó el mecanismo de apertura que daba acceso al búnker.

—Cada vez haces más ruido —musitó al sentir un pequeño temblor que hizo vibrar el edificio.

Escaleras abajo, cerrando tras de sí, recorrió el alargado pasillo hasta llegar a la que era su habitación, de la cual apenas había tocado nada: las literas estaban en su sitio junto al amplio armario y enfrente el envejecido sofá de color granate. La única salvedad era un marco colgado con una foto antigua donde salía él abrazado por su hermano John. Eran idénticos.

—Decidí cambiarme el nombre a Abdiel porque no pude aguantar más el peso de esa mentira. —El anciano se detuvo como si hablase con él. Su rostro arrugado y pelo canoso remarcaba el paso del tiempo desde que la instantánea fuera tomada—. Ser tú ha sido tarea difícil, pero continuar tu legado era la única razón que me mantenía sereno y al pie del cañón.

El generador del complejo se alimentaba de energía termonuclear que por fortuna no había dejado de funcionar tras la fusión de mundos. Esto garantizaba el pleno funcionamiento de las instalaciones, desde el iluminado a los ordenadores, incluyendo todo el aparato militar.

Abdiel suspiró y se santiguó. Estaba exhausto. La nueva situación le estaba poniendo a prueba y su caída en desgracia le causaba una gran desmotivación que colmaba su paciencia. Ya nadie buscaba en él consuelo o consejo, más le hizo recordar cómo se sintió cuando murieron sus padres, su hermano o su mujer, incluso al tener que expulsar a su propio hijo, Tynan. Ese vacío interno que siempre llenaba con trabajo, ahora se iba apoderando lentamente de él.

En general se había vuelto rutinario: invertía el tiempo en limpiar, comprobar que los sistemas mantenían correctamente y, de vez en cuando, responder a la llamada de Dagomon cuando éste reclamaba su presencia; tareas sumamente anodinas para lo que estaba acostumbrado y de las sólo podía hablar con un único confidente.

La instalación no disponía de celdas. Sin embargo en la denominada Sala de Lanzamiento, donde sólo se podía acceder con una verificación de retina y se encontraba ubicada la maquinaria armamentística en desuso, servía como prisión para un invitado que estaba retenido en contra de su voluntad. 

 

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Digimon: Rise Of DarknessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora