La noche había caído cuando al fin llegaron a la mina bajo la ciudad. Amablemente DemiGeodamon les había conducido por los túneles hasta dar con el acceso por el que habían huido, el cual se encontraron taponado.
—Debe ser obra de Ponchomon. —Ajatarmon derribó el muro con un golpe certero del escudo que portaba en su brazo izquierdo—. Me pregunto qué nos encontramos...
—A nuestros seres queridos —respondió Pucchiemon pensando en su hermana—. Muchas gracias por ayudarnos, DemiGeodamon. —Le dedicó una sonrisa—. ¿Estás seguro de que prefieres permanecer aquí abajo?
—Esta montaña es mi hogar. —Movió las antenas de su cabeza—. Me quedaré pase lo que pase.
—Que Yggdrasil esté contigo.
Al otro lado varios montones de tierra y escombros entorpecían el paso. Entre la arena de la que estaban hechos sobresalían algunos enseres o prendas de vestir que habían pertenecido a los humanos prisioneros; lo que resultó extraño... ¿Por qué no dárselos a Burpmon para que se los comiera?
Avanzaron casi a oscuras, con sólo un pequeño cristal lumínico que portaba la coneja, hasta alcanzar un segundo muro que echaron abajo con la misma facilidad. Las minas estaban vacías, en todos los sentidos: no había rastro de minerales a la vista, lo que era una mala señal. Rápidamente subieron a la superficie donde se detuvieron a dar una gran bocanada de aire y asimilar que al fin habían llegado a su destino.
—Oh, no...
A lo lejos podían verse los sembrados, secos y muertos, cubiertos por una capa de ceniza que lo bañaba todo. Aquello parecía un cementerio.
—Sin la digicarne dudo que se pueda sobrevivir aquí —apuntó el guerrero espinoso, cuyo corazón latía a un ritmo acelerado. La primera impresión le provocó un déjà vu sobre su pasado, cuando su tribu fue arrasada—. Debieron huir cuando el bosque comenzó a incendiarse, pero asumo que el orgullo de ese necio se lo habrá impedido.
—¡Debo encontrar a mi hermana! —gritó la coneja de forma caprichosa. Fuera de sí ante la posibilidad de haberla perdido, abandonó la razón.
—¡Espera! —Le agarró de una de las orejas para impedir que se alejase.
De las alturas de la ciudad comenzaron a descender en picado los guardias Owlmon, que ululaban frenéticamente. Al reconocer al antiguo Amo de los Esclavos frenaron su ofensiva sin saber qué debían hacer.
Pronto, atraídos por el ruido, el resto de habitantes abandonaron los habitáculos para agolparse en las pasarelas sorprendidos y a la vez esperanzados. Todos sentían un gran respeto por Vegiemon y su regreso les dio un halo de esperanza.
—¡Hermana!
La voz reconocible de la verdosa interrumpió el silencio.
Pucchiemon alzó la vista y se quebró al reconocer la figura de su hermana descender por el pasillo en espiral a máxima velocidad y la recibió de brazos abiertos para fundirse en un cálido abrazo que conmovió a la mayoría de presentes, incluido Látigo Feroz. A pesar de su último encuentro, o desencuentro más bien, ambas habían ansiado que llegase este momento fervientemente.
—Tienes buen aspecto —dijo la rosada con una sonrisa empapada en lágrimas. Las manos le temblaban de los nervios.
—Tú en cambio te ves horrible.
Un intercambio de miradas bastó para perdonar lo ocurrido, seguido de unas sonoras carcajadas rebosantes de felicidad. La efusiva alegraría que desprendían hizo desaparecer el aura oscura en torno a la verdosa.
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Digimon: Rise Of Darkness
FanfictionDIGIMON: RISE OF DARKNESS || El sello que mantenía el Mundo Oscuro en su propia dimensión se ha roto, liberando su oscuridad en el denominado Último Mundo. Ájax, un cazador con formación militar, despierta rodeado de lo que más odia, Digimon, viéndo...