Capítulo 37

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La carrera duró hasta haberse alejado lo máximo posible del Pandemonium. Para ello atravesaron el desierto radiactivo, pese a la fastidiosa tormenta, hasta lograr poner una distancia prudencial entre ellos y la torre negra.

Era de noche y los nubarrones en el cielo descargaban una lluvia torrencial que daba inicio a la época de los monzones; la más deseada por todos en el continente. Desde los que vivían gracias a las cosechas, como para cualquier digimon, el agua era un bien que favorecía la regeneración de los cultivos y ecosistemas, fueran orgánicos o digitales, y preparaba el terreno para resistir la nueva racha de sequías venideras.

Al principio, durante las denominadas Lágrimas Letales, el agua de lluvia estaba contaminada por la radiación inherente a las armas usadas en la guerra y traía consigo la muerte: en el caso de la población humana a corto y largo plazo, aunque por el contrario no parecía tener efecto alguno sobre los digimon; sin embargo sí diezmaba la fauna y flora de la que estos se alimentaban. Durante este tiempo la supervivencia se volvió difícil y aumentó el conflicto existente entre ambas razas, quienes luchaban por conseguir los pocos recursos existentes.

En las profundidades de las ruinas de lo que antaño fuera una biblioteca, Ájax y el resto de fugitivos, fueran amigos o no, descansaban después de su último enfrentamiento y consiguiente huída. Llevaban allí reponiendo energías un día, alrededor de una hoguera, confiando los unos en los otros a la espera de decidir qué caminos tomarían en adelante.

El que fuera una vez el Amo de los Esclavos les comunicó todo lo que pudo escuchar de la conversación entre Ponchomon y VileRoachmon, denotando un palpable arrepentimiento a la hora de referirse a Ciudad Firewall... Se sentía víctima de un engaño que estaba dispuesto a reparar.

—Yo le creí. Le creí desde el principio y me dejé embaucar por sus mentiras... —Ajatarmon miraba apesadumbrado su reflejo en un charco de agua—. Mi tiempo como prisionero al cargo de Soulmon me ha hecho ser consciente de los atroces actos que he cometido a razón de unos ideales envueltos por sentimientos vengativos.

—No te culpes por ello. —Pucchiemon se acercó a él y usó su don para calmar su dolor—. Nadie dudó de él, más no fuiste el único en creerle.

—Se aprovechó de vuestro dolor y de vuestras circunstancias.

Apartado a un lado de la sala, junto a unas estanterías repletas de libros, el antes cazador ojeaba un libro que tenía entre sus manos. Colaborar con el que fuera su enemigo le creaba sentimientos contradictorios, pero las similitudes que compartían para con su pasado le hacían simpatizar con él.

—Tu hermana y todos los demás permanecen allí ignorantes. —El guerrero espinoso continuó mirando su reflejo sin saber cómo definirse a sí mismo de ahora en adelante. Se había acomodado a una vida tranquila y en esa comodidad sus habilidades como cazador se habían aletargado—. ¿En qué me he convertido?

—La cuestión es, ¿qué quieres ser de ahora, Ajatarmon? —reflexionó TherionAnansemon.

El arácnido, rebosante por el poder del Digimental de la Bondad, no parecía tener problemas para mantener el nivel evolutivo como así ocurriese con la coneja.

Separada en una esquina, tumbada sobre una montaña de libros, descansaba en silencio Althea. Tanto tiempo al servicio de Soulmon, sin relaciones sociales reales, le habían generado problemas para entablar vínculos.

—Una vez fui conocido como Látigo Feroz en la Jungla Tropical por mi don para la batalla. Gracias a él me gané el respeto de los miembros de mi tribu, a quienes no pude salvar... —Ajatarmon apartó la mirada y nostálgico cerró los ojos. Sentía que con su actitud hubiera defraudado a su mentor, Raíz Cortada—. Mi corazón noble era mi mejor carta de presentación en aquel entonces.

Digimon: Rise Of DarknessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora