I
El jardín
Entre los constantes ruidos de disparos, alaridos de dolor infernales y una inmensa confusión, Chris guiaba a Liz hacia un destino desconocido para ella. Los efectos de los gases lacrimógenos aún la afectaban; tosía y tenía la visión borrosa, con una insoportable picazón en los ojos. El aire estaba impregnado con el acre olor a gas, y cada respiración era una tortura que quemaba sus pulmones. Sin embargo, las voces distorsionadas de los temibles seres del cementerio iban quedando poco a poco atrás. A lo lejos, pudo escuchar un grito de determinación de Bernard después de disparar su arma.
Las lágrimas seguían escurriéndose por sus mejillas y su tos era exasperante, pero no tardó en recuperar el control de sus sentidos. En medio de una imagen todavía distorsionada, que se hacía más nítida progresivamente, distinguió a sus dos compañeros. Chris y Bernard se quitaron las máscaras de gas una vez que se dieron cuenta de que estaban a salvo. El olor del gas se desvanecía, dejando un aire pesado y denso, pero respirable.
El primer rostro que pudo contemplar fue el de Bernard. Liz no pudo contener la felicidad que la invadió al verlo después de sentir la muerte pisándole los talones. Con desesperación y entusiasmo, corrió a abrazar a su compañero, a pesar de la persistente sintomatología. El calor de su cuerpo y el latido acelerado de su corazón la reconfortaron enormemente. Luego hizo lo mismo con Chris, a quien le ganaba más confianza cada vez. La fuerza del oficial alemán presionando su espalda, junto con la calidez y la dicha que lo acompañaban, hacían que valiera la pena. Liz soltó al hombre mostrándole una sonrisa con un rostro sosegado.
—Nos tenías preocupados —dijo Chris, mirándola con ojos melancólicos que pronto fueron reemplazados por una sonrisa burlona—. Creo que es muy difícil pedirte que no te metas en problemas.
—Eso parece —respondió Liz, sonriendo con sosiego.
—Lo importante es que ya estás a salvo, al menos por ahora —dijo Bernard con una expresión eufórica, aunque la preocupación aún era visible en su semblante—. Pero ahora deben estarnos buscando.
A pesar de la afirmación certera de Bernard, Chris mantenía una actitud calmada.
—Relájate —dijo el oficial alemán, suspirando—. Estaremos a salvo mientras estemos aquí. Además, tenemos cosas importantes que discutir.
—¿A qué te refieres? —preguntó Bernard, mostrando agobio por la idea de permanecer dentro de los confines del cementerio por más tiempo.
—Correremos un riesgo mayor si salimos al bosque por la noche —explicó Chris con seguridad—. Como les dije en el campamento, la mayoría de las bestias del Reich der Finsternis solo salen después de la puesta de sol.
El comunicado de Chris no dejaba satisfecha a Liz, quien recordaba sus primeros enfrentamientos con los aldeanos de los pueblos aledaños, los cuales se llevaron a cabo a plena luz del día. Sin embargo, antes de que ella pudiera mencionar algo al respecto, el oficial de policía se le anticipó.
—Curiosamente, de día solo vemos todo lo que tenga forma humana o animal. Los aldeanos —empezó a contar con los dedos—, los lobos, el verdugo, los cazadores. En fin. Pero no sabemos todavía por qué.
Escuchar el razonamiento de Chris daba un nuevo rumbo a la investigación. Sin embargo, Liz todavía no entendía en qué se basaba Chris para afirmar que el verdugo y su espantoso ejército no darían con ellos en ese lugar. En medio del ajetreo, no se había detenido a observar su entorno. Mantuvo silencio por un rato mientras procesaba la información e identificaba su nuevo paradero.
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El legado de la sangre oscura (SPANISH ORIGINAL)
HorrorEl el umbral de lo natural y lo sobrenatural, la agente Elizabeth "Liz" Sharrow de Dark Forest Police Department (DFPD) se enfrenta a un nuevo caso que pone a prueba no solo su valentía, sino también su percepción de la realidad. Junto con su compañ...