Capítulo 27

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I

El poder de la mente y la sangre

El ascensor había llegado a la planta alta, sacudiendo a Liz y Anika mientras las puertas se abrían, devolviéndolas hacia un pasillo oculto en los rincones más místicos de la biblioteca, dominado por una tapicería de color borgoña con múltiples rasgos de uso que evocaban a las generaciones que habían visitado la biblioteca de Reich der Finsternis; en el aire se respiraba el aroma de la tinta añeja y el cuero desgastado. A sus lados se extendían otros catálogos de libros más contemporáneos, los suficiente como para leer por el resto de una vida. Las chicas entraron al pasillo, Liz observando a la niña con sosiego, gracias a quien habían logrado su cometido sin correr mayores peligros.

—Llegamos— Liz dio un suspiro de alegría que se enalteció una vez escuchó el elevador de regreso, sabía que solo Nick podía haberlo activado.

Todo parecía marchar bien, solo era cuestión de que Nick se reuniera con ellas para continuar con su plan. No obstante, la intranquilidad en el rostro de Anika era visible, un temor que se transmitía con facilidad a Liz y era ahora que entendía parte del temor que la niña infundía.

—¿qué te sucede?— le preguntó Liz con voz tierna, agachándose y acariciándole el hombro delicadamente. Aunque en lo profundo de su ser una angustia visceral la dominaba.

Las rodillas de la niña temblaban, alcanzando un nivel de angustia que lo habían visto en ella antes.

—Los monstruos quedaron atrás— expresó la niña llevándose las manos al pecho. Liz sabía que por su condición Anika no le temía a las bestias — pero siento... algo... ¡viene por mi!— la última frase la pronunció levantando su voz, llorando y conteniendo las ganas de gritar.

Liz desenfundó su pistola, apuntó hacia cada dirección visible especialmente hacia un punto en el que Anika apuntaba con su dedo mientras temblaba estremecida por alguna fuerza maligna que aparentemente solo ella determinaba, no parecía haber nadie en el pasillo aparte de ellos. La agente no entendía qué ocurría, hasta que un dolor punzante en el pecho la paralizó, creciendo progresivamente hasta el punto de hacerla gemir y derribarla sobre sus rodillas. Ella detuvo el impacto de su caída con la palma de la mano, pero sentía como si su diafragma fuera a estallar en llamas. De repente, una penumbra gris envolvió todo a su alrededor, cubriendo el pasillo con un manto de desolación. Los tonos oscuros se adueñaron del lugar y, en medio de ese escenario sombrío, los objetos inanimados empezaron a moverse por sí solos. Las mesas se desplazaban, y todo lo que yacía sobre ellas caía pesadamente sobre el tapete. Liz alcanzó a ver el rostro afligido de Anika, quien, por su expresión, también percibía lo que estaba sucediendo. Unas voces risueñas le susurraban frases incomprensibles al oído, mientras su entorno se transformaba en una sombría pintura surrealista, distorsionándose y creando figuras irregulares que desafiaban la lógica.

No escuchaba ni olía nada fuera de lo común; Liz sentía que una vez más estaba perdiendo la noción de sus emociones. ¿Cuánto tiempo más tendría que soportar esto?, se preguntó entre sollozos. Anika seguía junto a ella, abrazándola con fuerza, temerosa de ese aire denso y nebuloso que las rodeaba. No había más que oscuridad en el pasillo. Solo una tenue luz rompía la penumbra, iluminando parte del desolador escenario, proyectándose sobre una mesa de roble, inmóvil e imperturbable. A un costado, un hombre de unos cincuenta años estaba sentado. Llevaba un elegante saco de lana marrón oscuro y una corbata roja; su cabello castaño, peinado hacia atrás, mostraba las primeras canas. Unos anteojos le cubrían los ojos, pero lo más distintivo de su rostro era su voluminoso bigote que le cubría todo el labio superior. Leía un libro, adoptando la típica postura de la alta sociedad de los años cuarenta, y sostenía una pipa humeante que dejó sobre la mesa con parsimonia.

El legado de la sangre oscura (SPANISH ORIGINAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora