Capítulo 29

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I

El rey de la destrucción

Los agentes quedaron estupefactos. Una vez más, la monstruosa e imponente figura del hombre de barba corta y vestiduras negras se alzaba frente a ellos. Su rostro pálido destilaba un insaciable deseo de aniquilar. Con tan solo cruzar su mirada con aquellas pupilas rojas y dilatadas, Liz sintió cómo el dolor de su último combate reverberaba en cada fibra de su cuerpo. Los castigadores brincaban entre los sectores vacíos de la subestación, custodiando con fiereza las palancas de los interruptores; sabían perfectamente por qué estaban ahí.

El verdugo desenvainó su robusta espada con un sonido estremecedor, la fricción del metal contra el metal resonando en el aire. Extendió su arma letal a un costado, adoptando una postura amenazante. Sus pasos lentos pero decididos retumbaban por la central mientras acortaba la distancia que lo separaba de Liz.

—¡Agente Sharrow!—, la voz del oficial Andreas Berger sonó por el altavoz del radiotransmisor—. ¡Esto es demasiado! No podemos ganar así, necesitamos una estrategia.

Liz quedó paralizada, su respiración entrecortada al apuntar con la pistola a la amenaza que avanzaba. A sus espaldas, los castigadores acechaban hambrientos, mientras el ser más detestable de Reich der Finsternis se aproximaba. Sentía que el cielo se desplomaba sobre ella; no habría rescate en esta ocasión. El monstruo estaba allí, listo para asestar uno de sus devastadores ataques y ponerle fin a su existencia. El sonido de su aliento se asemejaba a guturales ronquidos que le erizaban la piel.

—¡Sharrow! — Nick la llamó con urgencia, cubriéndole la espalda mientras contenía a los castigadores que saltaban de un lado a otro—. Si no accionamos las malditas palancas, todo este operativo se irá al carajo.

Las palabras de Nick no eran alentadoras. Estaban rodeados y no había una ruta de escape clara ante la amenaza colosal. Liz, absorta, contemplaba aquellas pupilas sangrientas, las mismas que Bernard había encontrado antes de su fatídico final. Un cruel recuerdo que encendió en ella una oleada de determinación. Cerró los ojos y respiró hondo. Luchar por su vida había pasado a un segundo plano. Nada deseaba más que acabar con la terrible pesadilla que estaban viviendo y ver a todos los culpables pagar por sus atroces crímenes.

Dio un paso al frente, alejándose de Nick, con su mirada ahora encendida por una intensidad implacable. Reflejaba la promesa hecha a sus superiores y compañeros: no daría ni un paso atrás.

—¡Ve por los malditos interruptores y dile a Andreas y Tobias que te cubran! — Liz se dirigió a Nick con una autoridad desconocida en su voz. Levantó con firmeza su arma hacia el verdugo de Holzmann, más lista que nunca para enfrentar la amenaza —. ¡Yo me encargo de este hijo de perra!

—¿Estás segura de lo que haces, Sharrow? — preguntó Nick, mirándola de reojo mientras cambiaba periódicamente de objetivo. Ella asintió con la cabeza, sin apartar la vista del enemigo.

Nick recordaba con claridad el ataque al cuerpo de policía y dudaba de que Liz pudiera realmente acabar con el verdugo por su cuenta. Sin embargo, entendía que ella estaba dispuesta a sacrificarse con tal de que la misión tuviera éxito. Inspiró profundamente, decidiendo confiar en la determinación que veía en sus ojos, y corrió hacia los puntos de interés de la subestación.

El verdugo no mostró interés en atacar a Nick; su cruel mirada asesina se fijaba firmemente en las pupilas de Liz, como un depredador acechando a su presa. Dio unos pasos que hicieron temblar la superficie de concreto mientras la agente le apuntaba, sin esperanza alguna de que sus balas lo afectaran significativamente. Su principal objetivo era evitar que el operativo de infiltración al campo fracasara, y su única opción era luchar, a pesar de que sus posibilidades de salir con vida parecían nulas.

El legado de la sangre oscura (SPANISH ORIGINAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora