Capítulo 08

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I

Las tres piedras

El frío de la noche se hacía más intenso conforme la capa de neblina que cubría la zona se volvía más espesa, creando una atmósfera descomunalmente aterradora. Liz sabía que los seres la habrían matado antes si esa hubiera sido su verdadera intención. Buscaba desesperadamente una forma de librarse de su terrible situación con vida, pero en ese momento solo esperaba una pronta intervención de Chris y Bernard. Su corazón latía con fuerza, cada latido resonando en sus oídos.

Poco a poco, llegaba a una tarima de madera que le traía a la mente todas las hórridas historias que había escuchado acerca de las ejecuciones durante las épocas más oscuras de la Edad Media. Recordaba un documental que relataba las torturas y cómo la muerte se convertía en un anhelo más grande para todas sus desdichadas víctimas. La madera crujía bajo sus pies, cada paso una punzada de miedo que se clavaba más profundo en su ser.

El público no era numeroso; entre ellos se encontraba un grupo de individuos con vestiduras andrajosas, piel putrefacta y los rostros deformados más espantosos que jamás había visto. Muchos de ellos parecían figuras de cera derretidas por el calor. Aunque un escalofrío la recorrió como una fuerte corriente eléctrica, Liz no se dejaba intimidar; en lo más profundo de su ser, sentía una creciente desesperación. La luz de la luna, difusa por la neblina, apenas iluminaba los contornos de los espectadores, creando sombras que parecían cobrar vida propia.

Sobre la superficie de madera, los monjes de marrón esperaban por ella. La miraban con sus ojos amarillos, con pupilas sangrientas y sus característicos cráneos color carmesí. Liz sabía que debía mantener la calma, pero la situación parecía empeorar a cada paso que daba. Su mente buscaba frenéticamente una salida, una manera de escapar de aquella pesadilla viviente. Las múltiples miradas de odio estaban fijas en ella, creando una escena surrealista dentro de la oscuridad nocturna. Para Liz estaba claro que ninguno de ellos tendría escrúpulos a la hora de acabar con ella.

La chica regresó su atención al centro de la tarima, donde el hombre de túnica gris le lanzaba una sonrisa excéntrica y llena de maldad, enseñando sus dientes amarillentos que hacían juego con su larga barba desaliñada. Los cazadores estaban junto a él, esperando otra orden de su amo. Liz lo miraba tratando de frenar sus emociones. Recordaba las primeras recomendaciones que Rick le dio cuando inició su formación: no debía dejarse intimidar por sus enemigos; debía siempre guardar la compostura ante ellos. El hombre no hablaba y no frenaba su contacto visual con ella.

—Bien —Liz decidió romper el hielo—. Ahora que estoy aquí, creo que merezco que me digas quién eres y qué quieres conmigo.

Ella pronunció cada palabra con voz de sosiego, mirando al hombre a sus ojos color oro y evitando la aborrecible presencia de los seres infernales que presenciaban la escena. El sujeto, sin embargo, amplió su sonrisa mientras frotaba sus manos. De repente, unos pasos estridentes de botas de acero resonaron sobre la madera del suelo, haciéndola crujir y vibrar prolongadamente. En ese momento, el peor de los presagios llegó a la mente de Liz; su corazón volvió a latir rápidamente y todavía sentía el dolor sobre su diafragma y la columna vertebral de su paso por el pueblo.

—Ten paciencia, niña —el hombre le contestó—, todavía no estamos todos. Hay alguien más que quiere verte. Creo que tú ya lo conoces.

La intensidad de los pasos aumentaba y la multitud aplaudía, preparándose para la llegada del más abominable de los seres. Dentro de la poca oscuridad que aún reinaba en los aposentos de la muerte, apareció nuevamente la robusta silueta de aquel hombre. Su pálida faz estaba parcialmente oculta bajo la sombra de su sombrero negro de cazador; sobre él resaltaba su tan característica mirada asesina. Era el verdugo de Holzmann quien se aproximaba hacia ellos.

El legado de la sangre oscura (SPANISH ORIGINAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora