Capítulo 23

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I

Fantasmas del pasado

La noche poco a poco llegaba a su fin, las gotas de lluvia humedecían todo a su alrededor, mezclándose con la brisa gélida. Tras cumplir con su cometido, Liz esperaba que Bernard hubiera escapado de las temibles garras del verdugo de Holzmann. Con ese pensamiento en mente, dejó a Nick cuidando a Anika mientras ella emprendía la búsqueda de su compañero. Regresó a la pequeña zona residencial abandonada, su rostro y su cabello liso se empapaban por la lluvia, pero no detuvo su marcha. Pasó de largo la cabaña donde se habían resguardado poco antes; los caballos aún buscaban alimento en el área.

Consciente de que gritar su nombre o siquiera llamarlo por el radiotransmisor podría sentenciarlos a muerte, decidió continuar su búsqueda sin la lámpara, confiando únicamente en el resplandor lunar que traspasaba las densas nubes blancas de otoño. Luchaba contra el impulso desesperado de encontrar a su amigo sano y salvo, pero no hallaba rastro de vida en la tétrica atmósfera del bosque de la perdición, donde el verde intenso de los árboles se fusionaba con la oscuridad profunda de sus entrañas. Solo se detuvo en seco al divisar algo desparramado cerca de un barril de brea, con su característico aroma acre y sofocante. No tardó en darse cuenta de que era un cuerpo humano inmóvil.

El corazón de Liz latía con tal violencia que creyó que su pecho ardería; el más fatal de los escenarios se dibujaba en su mente. Al acercarse al cadáver, una fuerza invisible y aplastante pareció hundirla en el suelo. Cayó de rodillas, apoyando su mano en la tierra húmeda que se adhería a sus palmas.


—Bernard...— se quejó Liz desconsolada, negándose a aceptar la realidad.


Revisó el rostro del difunto más de cerca; una oleada de tristeza la sacudió de inmediato. Era él. Su compañero había caído intentando protegerlos a ellos y a la misión. Conteniendo sus ganas de gritar por la desesperación, Liz rompió en llanto, aferrándose al cuerpo sin vida de su amigo con la falsa esperanza de que despertaría y le sonreiría.


De repente, el último recuerdo que tenía de la familia del agente irrumpió en su mente. Bernard y su esposa Vanessa celebraban el sexto cumpleaños de su hijo Jayden, y habían invitado a varios de sus amigos de la primaria. A petición del pequeño, que era muy apegado a Liz por todas las veces que lo había cuidado y jugado con él, ella también asistió a la fiesta. Lo sorprendió con un pastel del Hombre Araña que su madre había horneado. Además, fue ella quien, en el momento en que el niño sopló las velas para pedir un deseo, sacó una fotografía de la familia entera, capturando la bella relación entre los tres.


Durante la fiesta, uno de los niños, con la sinceridad propia de su edad, le dijo a Liz que era muy linda. La ternura inesperada del comentario la hizo sonreír, recordándole por un instante la inocencia que aún quedaba en el mundo, una inocencia que ahora se sentía lejana. Todo eso ahora parecía parte de otra unión familiar que había sido destrozada por los designios de los Holzmann. ¿Qué iban a decir cuando se enteraran de la trágica noticia? se preguntó con lágrimas en los ojos.


El abandono de Max, la traición de Chris, su estado de impureza y la caída de varios oficiales alemanes la habían afectado profundamente, pero al contemplar la devastadora imagen frente a ella, sintió que lo peor ya había ocurrido. Miró al bosque con la vista nublada; la luz se difuminaba entre las lágrimas de sus ojos. No encontraba motivo alguno para seguir luchando, ni siquiera sabía si realmente deseaba seguir viviendo. Observó su pistola, que ahora le pesaba en la mano como si fuera de plomo.

Dominada por la pena, la tomó, cargada, y la apoyó contra su sien, deslizando su dedo índice hacia el gatillo.


—¡NEIN! — una débil y aguda voz femenina la detuvo.

El legado de la sangre oscura (SPANISH ORIGINAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora