Capítulo 31

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I

Entrada a la fábrica de muerte – Parte 1

Los agentes alemanes habían logrado infiltrarse en la zona y permitir el acceso a varios miembros del comando de policía. Aprovecharon que tanto la cerca electrificada que rodeaba el área como las torres de vigilancia, habían dejado de funcionar. El lugar se asemejaba a un recinto de viviendas que evocaba las décadas más oscuras del siglo XX. Tal como Liz había previsto, había un generador de respaldo suministrando energía eléctrica al interior, pero para entonces, todo el equipo ya estaba dentro de la fábrica de muerte.

La entrada del campo había sido despejada, lo que permitió que Liz y los oficiales alemanes ingresaran sin mayor inconveniente. Sin embargo, sabían que escapar del lugar podría convertirse en un desafío si fracasaban. Aunque para Liz, esa opción simplemente no existía. La mayor parte del campo estaba a oscuras, sumida en un silencio opresivo que solo presagiaba la muerte. Solo los balbuceos ininteligibles de seres que apenas conservaban restos de humanidad rompían la inquietante calma, arrastrando a los agentes hacia una extraña exacerbación, provocando delirios en algunos.

Alrededor del perímetro se encontraban construcciones de ladrillo rojo envejecido, dispuestas en largas filas simétricas. Las pequeñas ventanas con rejas de metal transmitían una sensación de confinamiento. Chimeneas sobresalían de los techos de pizarra. Las paredes, varias de ellas agrietadas y manchadas por el paso de los años, indicaban que el lugar no era reciente, como si realmente hubiera sido construido poco después del holocausto. En los costados opuestos, se veían unas viviendas grises menos imponentes.

Cada vez que su cuerpo se transportaba a un nuevo escenario de Reich der Finsternis, Liz no podía evitar recordar las tardes con su hermano, quien era un apasionado de la historia. Aún conservaba los juguetes de soldados de guerra, caballos con armaduras y tanques que coleccionó en su niñez. Algunas de esas figuras habían sido obsequios de su abuelo, quien, a petición de Rick, les contaba sus experiencias como soldado de la armada británica y su participación en la liberación de Bergen-Belsen. Los relatos de hacinamiento, desnutrición y las condiciones sanitarias que provocaron brotes de enfermedades eran horribles, pero parecían poca cosa en comparación con los horrores que guardaba el lugar que estaban por invadir.

Las luces de las torres de vigilancia barrían la zona; Liz y Nick se ocultaban detrás de un viejo campero, esperando una señal de Andreas y Tobias para avanzar.

—Deisler —Tobias llamó a Nick por el radiotransmisor. Antes de contestar, este controló el perímetro para asegurarse de que nadie lo escuchara.

—Te copio, Fritz —respondió Nick, mientras Liz se mantenía en su escondite, con la pistola en mano—. ¿Cuál es el estado de la zona?

—Hemos asegurado las torres de vigilancia —respondió Tobias—. Estarán a salvo siempre que los soldados del terreno no los detecten.

Liz echó un vistazo a través de las ventanas del campero. La mayoría de los soldados llevaban máscaras de plata y pasta blanca al estilo veneciano, simulando grotescas expresiones de alegría y perversidad. Otros, sin embargo, no las usaban. Sus rostros estaban completamente deformados por experimentos macabros: quemaduras de ácido, ojos desorbitados y piel putrefacta con injertos en diferentes secciones. Portaban armas típicas de la Segunda Guerra Mundial, y en su estado físico, no parecían capaces de pronunciar palabra alguna.

—Berger, ¿alguna otra novedad? —preguntó Nick, escudriñando la zona con una mirada determinada. Las voces de ambos reflejaban la firmeza de su misión.

—Creemos que la mayoría de los prisioneros están en los bloques del costado oeste del campo —añadió Andreas—. Podemos movilizar al equipo de asalto hacia el centro del campo, tomar el control y escoltar a los rehenes a un lugar seguro. Pero tenemos que estar seguros de que los tienen ahí.

El legado de la sangre oscura (SPANISH ORIGINAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora