Capítulo 14

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I

Buscando la corona de Anneliese

La abrumadora información sobre el consumo y la transferencia de sangre aún rumiaba en la mente de Liz; no lograba pensar en algún escenario en el que ella saliera beneficiada. Aunque el relato le había dado un nuevo enfoque a su misión, las revelaciones del joven Florian habían disparado su nivel de ansiedad a un punto que ella jamás había experimentado y difícilmente podía disimular. En lo profundo de su ser, le urgía desahogar toda la tristeza y la frustración que devoraba su alma. Sabía que podía confiar en Bernard, con quien había entablado una bella amistad desde que empezó a trabajar en su institución; también en Chris, a quien ya le tenía gran respeto y admiración a pesar del poco tiempo que llevaban trabajando juntos. Sin embargo, la forma en la que Florian reaccionaría sembraba una incertidumbre en ella que la llevó a no comentar nada por el momento.

El aldeano, con mente lúcida y sin rastros de contaminación, ya iba en camino hacia uno de los caballos. Con un brinco en su dorso, tomó el control del animal que aún seguía concentrado en su alimento. La idea no parecía ser del agrado de los agentes, quienes aún tenían la viva imagen de los jinetes cabalgando hacia ellos en sus mentes, y cómo generaban angustia y muerte por donde pasaban.

—Pueden estar tranquilos —dijo Florian, dando un giro encima del caballo—, los caballos están limpios, no los van a atacar.

Liz era consciente de que sin la camioneta tardarían varias horas en alcanzar sus próximos destinos, estando expuestos a todo tipo de peligros que rondaran por el bosque de la perdición, los cuales crecerían cuando la oscuridad nocturna cubriera la zona nuevamente. Su mayor deseo era localizar la corona de la reina e ir tras su única posibilidad de salvación en la biblioteca.

Firme y decidida sobre su futuro, caminó hacia el más grande de los equinos, cuyo pelaje era café oscuro. Al acercarse, sus recuerdos de la infancia en el rancho de su abuelo regresaron, llenos de tardes dedicadas al cuidado de estos animales. Extendió la mano para acariciarle la cabeza, inicialmente temerosa por la forma en que pudiera reaccionar, pero su instinto le decía que estaba frente a un animal normal, uno que, como había aprendido en su juventud temprana, respondería con calma a un acercamiento cuidadoso. La confianza en su experiencia creció al darse cuenta de que, en efecto, era un caballo ordinario, sin rastros de putrefacción. Con gran determinación, montó sobre el estribo y brincó sobre el lomo del animal, tomando el control con increíble facilidad. Chris y Bernard la observaban asombrados.

—Wow, no sabía que podías cabalgar —la elogió Bernard, mirando a los animales como si fuera la primera vez que tenía que cabalgar en su vida.

—Hay muchas cosas que aún no sabes —dijo Liz, esbozando una tenue sonrisa.

Montar un caballo nuevamente le devolvió las ganas de seguir luchando por su vida. Era un recuerdo que no había revivido desde el fallecimiento de su abuelo, quien le había enseñado todo lo que sabía del bello arte de la equitación. Al mismo tiempo, un sentimiento de nostalgia la invadió, al saber que quizá no saldría con vida para cumplir su sueño de viajar a Inglaterra y conocer más sobre los orígenes de su familia.

En ese momento, Liz se dio cuenta de que había aspectos de su vida que no había compartido con Bernard. Su compañero miraba al otro caballo con duda, como si quisiera montarlo, pero a la vez no se atreviera.

—Sube con confianza —le dijo Liz, intentando motivarlo en tono de broma—. Empujaste a uno de los asesinos del verdugo de Holzmann al río. No me digas que te asusta cabalgar.

Finalmente, Bernard desistió y se dirigió a su compañera.

—¿Te importaría si me siento junto a ti? —preguntó, algo apenado, soltando un suspiro.

El legado de la sangre oscura (SPANISH ORIGINAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora