I
La sala principal
Con la sentencia que la duquesa emitió para Max, la imagen del tribunal de Reich der Finsternis se disolvió en un torbellino de luces hasta que Liz pudo regresar a su realidad tangible. Abrió los ojos lentamente, encontrándose en un entorno similar al de otros lugares del palacio, pero sin las perturbadoras ilustraciones que habían desencadenado su reacción. Estaba recostada sobre una mesa de madera elegante, en una habitación iluminada por candelabros dorados que colgaban de las paredes y rodeada de estanterías de roble que albergaban antiguos tomos.
Aún confundida y con leves mareos, pensó que las imágenes ante sus ojos no correspondían a su presente, hasta que la voz calmada de Bernard la sorprendió desde el otro lado de la habitación.
—Liz... —musitó Bernard, su voz resonando suavemente hasta volverse más clara—. Qué bueno que estás de regreso. En verdad me asustaste.
Giró la cabeza hacia su compañero, aún con el ritmo cardíaco acelerado, tratando de asimilar lo que había ocurrido.
—¿Bernard? —murmuró, dudando que lo que veía frente a ella fuera real—. ¿Qué...? ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? —preguntó, frunciendo ligeramente el ceño.
—Te desmayaste mirando los frescos del palacio, así que te traje aquí, lejos de ellos —respondió Bernard mientras la ayudaba a incorporarse—. Te has comportado de forma extraña desde lo de Florian, y lo que acaba de pasar me intriga bastante. Más aún porque estabas a punto de contarme algo importante.
Con la mano en las cejas, secó el sudor que escurría por su frente mientras suspiraba profundamente, tratando de contener el agobio. Reflexionó brevemente sobre su futuro; sabía que ya no había vuelta atrás, solo quedaba encontrar la biblioteca. Lo ocurrido le dejaba claro que su situación empeoraría día tras día. Su alma estaba condenada, y ya no tenía sentido seguir ocultando su condición, especialmente cuando existía una pequeña posibilidad de escapar de su destino. Disimulando la tristeza que la embargaba, sin llegar a sollozar, aunque en su interior había un mar de lágrimas, se levantó la camisa para revelar la marca del pentagrama en su abdomen, ocultándola de nuevo casi de inmediato.
La reacción de Bernard fue inmediata; retrocedió como si hubiera percibido un peligro inminente. Ella, desconcertada, temió que su compañero rechazara lo que había visto y que él comenzara a apartarse de ella. Desde que empezó a trabajar en la agencia, decepcionar a quienes confiaban en ella siempre había sido uno de sus mayores temores, especialmente cuando se trataba de personas cercanas como su mejor amigo.
—¿Por qué no me dijiste nada? —preguntó Bernard, visiblemente preocupado—. He sido tu compañero casi desde que ingresaste al DPFD; hemos enfrentado juntos casos como la masacre en Arkansas. No creo que algo como esto deba mantenerse en secreto entre nosotros.
—No quería complicar más las cosas —respondió Liz con voz entristecida, parpadeando lentamente mientras una lágrima se deslizaba por su mejilla.
Juntos practicaron los ejercicios de respiración que Liz había aprendido durante sus entrenamientos. Ya más calmada, comenzó a narrar en detalle su primer encuentro con los pueblerinos y su paso por la capilla. Cada palabra que pronunciaba era un intento de desahogar sus problemas existenciales, como solía hacer en sus conversaciones a solas con su madre. Bernard, aunque desconcertado, no se mostró molesto, ni siquiera al saber que Steffi Lenz, la oficial médica del comando antiterrorista alemán, se había enterado de su marca impía antes que él. A pesar de conocerlo tan bien, Liz nunca dejaba de asombrarse por la nobleza de su compañero; tal vez ella no habría reaccionado de la misma manera si los roles estuvieran invertidos.
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El legado de la sangre oscura (SPANISH ORIGINAL)
HorrorEl el umbral de lo natural y lo sobrenatural, la agente Elizabeth "Liz" Sharrow de Dark Forest Police Department (DFPD) se enfrenta a un nuevo caso que pone a prueba no solo su valentía, sino también su percepción de la realidad. Junto con su compañ...