Capítulo 4

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—¡Claire!

El grito de mi padre resonó por todos los lugares de la pequeña casa de madera, provocando que me diera un tirón en el estómago y que sintiera náuseas. Las nubes negras cubrían el cielo y unos pequeños copos de nieve comenzaban a caer desde ellas, convirtiendo los pastizales y los árboles en un cuadro de color blanco. En la parte más alta del cielo, entre las nubes más densas, lograba apreciar con claridad los rayos que comenzaban a sucumbir los cielos, mientras los truenos llenaban el ambiente ya tenso, haciéndome pensar que aquella era la furia que mi papá proyectaba.

Retrocedí con miedo. Noté que mis manos temblaban violentamente y que estaban muy frías a causa del pánico que comenzaba a inmovilizarme las extremidades. Las estruendosas pisadas resonaban por el corto pasillo, dirigiéndose hacia mi puerta para hacer lo que quisiera conmigo. El pomo de la puerta giró de una forma brusca antes de que la puerta se abriera estrellándose contra la pared, dejándome ver a mi padre borracho llenando la entrada. Sus ojos, inyectados en sangre, miraban con furia hacia mi débil cuerpo. Tenía puesto el traje azul que ocupaba en su trabajo como conserje en una empresa que diseñaba papeles especiales para otras empresas, ganando un sueldo mediocre. Su traje era un entero de un color azul grisáceo, y a un lado de este, tenía una placa que decía ''Seth Deveraux''.

Se acercó a mí en un movimiento rápido a pesar de que estaba borracho, alcanzando mi cabello en el momento en el que intentaba escapar de sus manos. El dolor se expandió por toda mi cabeza, haciendo que mis ojos se llenaran de lágrimas y gritara sin emitir ningún sonido. Cerré los ojos para evitar ver lo que me haría, pero cuando el golpe no llegó y el dolor se hacía persistente en mi cuero cabelludo volví a abrirlos, dándome cuenta de que me arrastraba por la pequeña y descuidada sala. Sin emitir ningún otro ruido, comencé a preocuparme. ¿Qué me haría ahora? Por un momento pensé lo peor y comencé a imaginarme las diferentes formas en las que podría quitármelo de encima. Sin soltar mi cabello ni un segundo, me arrastró hasta la puerta de entrada que estaba abierta, dejando entrar el frío y, sin remordimientos, me lanzó afuera, dejándome caer sobre la tierra que comenzaba a blanquear producto de la nieve que hace unos minutos había comenzado a caer.

—No te golpearé porque estoy cansado —me dijo, su voz algo arrastrada por su borrachera—. Te quedarás aquí para que mueras con el frío.

Me miró por última vez, como si fuera una extraña y cerró de un portazo la puerta, dejándome sola.

Tocándome la cabeza para aliviar la quemazón, cerré los ojos aliviada al darme cuenta de que me había salvado (por esta vez) de una golpiza que, seguramente, dolería un infierno.

Puede que me congelara aquí afuera, pero no moriría durante la noche por horribles dolores. Era algo que prefería mil veces.

Me levanté algo mareada y todavía confundida. Al menos tenía puesto aquel suéter que había encontrado en la biblioteca; solo esperaba a que me abrigara lo suficiente como para no sufrir de hipotermia. Guardé mis manos en formas de puños dentro de los bolsillos del suéter y comencé a caminar para buscar un lugar donde podía refugiarme hasta que la nieve se detuviera.

A medida que pasaban los minutos el viento frío comenzaba a azotar mi rostro con más fuerza e intensidad, congelándome hasta los huesos. Mi labio inferior temblaba a medida que mis dientes castañeaban a pesar de que intentaba controlarlo. Apenas y sentía la punta de mi nariz, e intentaba calentarme los dedos exhalando en ellos.

A medida que el frío aumentaba, el vapor blanco se hacía más y más visible ante mis ojos.

Estuve caminando aproximadamente diez minutos congelándome. Mi padre jamás me había dejado salir de uno de mis errores sin un golpe, pero esto era el infierno mismo... algo que no esperaba que fuera. En algún momento el viento se hizo más poderoso y comenzó a esparcir los copos de nieve a todas direcciones, cubriendo aún más rápido el suelo bajo mis pies. Algunos copos me cubrían el rostro o se quedaban atrapados en mi cabello, causado una extraña distracción. Mi cuerpo temblaba cada vez más de una forma increíble con cada minuto que pasaba y sentía mi respiración más pesada y mi pulso bajo.

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