Desperté mucho más temprano de lo habitual.
Alcé la cabeza perezosamente para mirar por la ventana, y me sorprendió ver que aún el sol no salía del todo. Con el tiempo había logrado crear mi propio reloj con las colinas y el sol. Un día, cuando mi despertador aún funcionaba, me levanté y miré hacia afuera, y conté cuántos dedos había entre la colina y el sol.
La imagen no se me borró nunca de la mente, por lo que así podía saber más o menos qué hora era.
Intenté despejar el sueño de mi mente restregándome los ojos, algo que hacía todos los días. Me levanté y miré alrededor para buscar mi toalla para poder darme una ducha.
Con la toalla en la mano y un sobre de esos shampoo de muestra que recogía generalmente en los supermercados, fui hasta afuera en donde había una llave que nos permitía tener agua. Estaba congelada, pero... prefería congelarme bañándome a ir a la escuela para que ellos tengan otra excusa para molestarme.
Llené la cubeta hasta arriba y la llevé hasta detrás del cerco de madera, que solo lo conformaban seis tablones de madera apolilladas. Sabía que a esta hora, mi padre ya estaba llegando al trabajo y que nadie vivía cerca de aquí, excepto Zachary. Pero él no sabía dónde vivía así que pude despojarme de mi ropa en paz.
Respiré profundamente y cerré con fuerza los ojos antes de tirar la mitad de la cubeta sobre mi cabeza. Ahogué inútilmente un grito de sorpresa ante el contacto del agua congelada contra mi cuerpo y rápidamente lavé mi cabello con el shampoo. Tiré cobre mi la otra mitad de la cubeta, enjuagando y sacando la espuma de mi antes de envolverme con la deteriorada toalla.
Entré rápidamente hasta mi habitación y allí me sequé y vestí con la ropa que Loraine me había regalado. Sequé mi pelo e intenté peinarlo con los dedos cono hacía habitualmente.
Cuando estuve lista recogí mis libros y algunos lápices y salí para emprender la caminata de todos los días.
Los caminos de tierra estaban húmedos y mojados por la nieve que quedaba de la noche anterior. Habían posas por varios lugares y yo intentaba esquivarlos, incluso lo hacía saltando sobre ellos. Recordaba cuando era una pequeña niña y saltaba las posas luego de las tormentas. Me mojaba por completo las veces que caía sobre ellas y reía sin parar. Quise sonreír por aquellos recuerdos, pero no pude.
Estaba con la cabeza gacha, observando atentamente el camino mientras pateaba piedrecitas, que ni si quiera logré darme cuenta de lo mucho que ya había caminado. A unas dos o tres cuadras se encontraba la EW. Había pocos chicos entrando a ella ya que aún faltaban al menos media hora para que empezaran las clases y la mayoría de ellos llegaban quince minutos antes.
Caminé hasta la entrada vacía hasta adentrarme profundamente por los pasillos de mi infierno diario. Había pocos alumnos por ellos, ya que la mayoría estaría por las grandes áreas verdes que tenía la escuela estudiando o simplemente cuchicheando. Fui a mi casillero para guardar allí los pesados libros. Mientras me disponía a poner la clave de él para abrirlo, sentí como unas finas manos mi lanzaban hacía atrás, provocando que soltara todos los libros y estos cayeran al suelo... Al igual que yo. Respiré profundamente, sintiendo el dolor en mi nuca por el brutal golpe que me di contra el piso. Abrí los ojos y vi como Aimé y sus amigas reían a mi lado. Gemí cuando intenté levantarme.
Pasé las puntas de mis temblorosos dedos por mi nuca lentamente y sentí un agudo dolor allí. Volví a ver mis dedos y vi las yemas de mis dedos rojas. Estaba sangrando. Suspiré.
—¡Hey! ¡Claire! —escuché la voz de Zachary por el pasillo. Sentía sus pasos, estaba corriendo hacía mi. Lo sentí acuclillarse a mi lado, mientras tocaba mi frente y mis mejillas.
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Sálvame ©
Teen FictionClaire Deveraux sólo desea escapar del mundo en el que vive: de la escuela en donde es víctima de crueles burlas y de su casa, que es cuando Seth, su padre, descarga su rabia y frustración en ella. No tiene el valor para irse, por lo que cada día in...