Capítulo 6

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La luz cálida que salía de las ampolletas de la lámpara de gotas sobre nuestras cabeza hizo que cerrara los ojos temporalmente ante la diferencia de luminosidad con el exterior. Los suelos de la sala de recibimiento estaban cubiertos por unas alfombras que me recordaron mucho al diseño de la alfombra mágica de Aladino, en tonos burdeos y dorados. Las paredes estaban pintadas de beige, en donde colgaban cuadros de pinturas de paisajes que, al verlas por primera vez, tuve la sensación de estar mirando por una ventada y que aquellos paisajes de montañas y pastizales verdes con los árboles cambiando las hojas rojas en pleno otoño era la vista que nos rodeaba, en vez de la tormenta de nieve que mantenía a la ciudad en un estado lúgubre y frío. Había un espejo ovalado, con el marco de color dorado envejecido con diseños ornamentales por las orillas, haciéndole parecer una reliquia de aquellas que se pasan de generación en generación. Los muebles combinaban entre sí; dos sillones de un cuerpo con patas curvadas y asiento y respaldo de tela roja, muy parecida a la de la alfombra, muebles con los diseños del espejo y plantas y flores llenaban los espacios vacíos.

Sentí la necesidad de querer ver si eran reales, ya que desde que mamá murió, obtuve la sensación de que nada jamás podría ser de un color tan vibrante como lo eran los pétalos de aquellas flores.

Zachary, sin soltarme de sus brazos, me guió por el corto pasillo hacia una puerta doble que estaba abierta de par en par, dejándome a la vista un amplio salón con los mismos colores y diseños del recibidor, colores brillantes, sofás grandes con cojines mullidos justo frente a una enorme chimenea de piedra, en donde en la parte superior pude distinguir varias fotos familiares. Me depositó con delicadeza sobre el sofá más grande, frente al crepitante fuego, acomodando los cojines detrás de mi espalda. Se alejó unos segundos para recoger una manta de uno de los pequeños armarios que habían allí, cerca del comedor en una esquina, cubriéndome con ella.

Un nudo se formó en mi garganta, y tuve que morder el interior de mi mejilla para evitar que un sollozo escapara de mis labios. No podía creer que una persona que acababa de conocer pudiese abrir las puertas de su hogar, a los brazos de su familia, a una completa desconocida que tenía tendencias suicidas por el hecho de levantarse e ir cada día a la escuela para sufrir una humillación que, según ella, no merecía.

—¿Zachary?

La voz provenía de la entrada al salón. Me di la vuelta para poder observar a la señora que se nos acercaba secándose las manos con un paño de cocina, sonriéndole cariñosamente a quien supuse yo, era su hijo. Ella era una mujer menuda y delgada, con muy bonitas curvas. Tenía los mismos ojos azules de Zachary, pero el pelo castaño claro, luciendo juvenil. Llevaba un suéter de manga larga simple y unos pantalones blancos.

Ella se acercó a Zachary, abrazándolo brevemente antes de frotarle un costado del brazo cariñosamente. Me di cuenta de que no había notado mi presencia aún, hasta que Zachary le devolvió la sonrisa antes de mirarme a mí, haciendo que la atención de ella se dirigiera a mi cuerpo descongelándose en su hogar.

Temí, por un momento, que se enfadara y me echara.

Ella miró sospechosamente a Zachary antes de volver a mirarme a mí. Me dedicó una sonrisa que supe, sin lugar a dudas, era real.

—Hola, cariño. ¿Quién eres tú? —preguntó. Escuché la curiosidad en su tono.

Sentí como si una boa estuviera apretándome la garganta, impidiéndome a hablar. Ella me miraba expectante, esperando una respuesta. Mi única solución fue mirar hacia Zachary en busca de ayuda, esperando a que él me entendiera.

—Ella es Claire, mamá. —dijo Zachary, segundos después de verme a los ojos. Me sorprendió, por un momento, que recordara mi nombre.

Quise volver a mirarlo, pero de alguna forma sentía sus ojos sobre mí, y el miedo y la timidez se adueñaron de mi cuerpo y subconsciente de a poco hasta llegar al punto en el que no tuve el valor para levantar la mirada.

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