Sálvame | Capítulo 13

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Descubrí que la casa de Zachary no estaba muy lejos de la mía. La tormenta ya se había detenido hace muy poco. Mientras caminaba, pensaba en lo que haría mi padre al descubrir que no había muerto como él quería... ¿Terminaría él mismo el trabajo? Un escalofrío me recorrió la espalda de solo pensar en esa posibilidad.


Coloqué las manos en los bolsillos que traía puesta antes de fijarme en el bulto café que estaba acurrucado bajo el mismo árbol que en donde estaba yo. Al oír mis pasos, el perro que estaba escondido bajo la nieve se movió y asomó su cabeza para mirarme fijamente. Por un momento pensé en que me atacaría, pero casi de inmediato me reí de mi misma. Los humanos lastiman. Son una máquina de hacer daño. Los animales son fieles, amigables y siempre están ahí cuando te necesitan.

El perro se levantó y sacudió la nieve fuera de él. Era grande y de pelo corto color café, mientras que el hocico, la punta de la cola, orejas y parte de las patas eran negros. Al verme acercarme más hacia él, comenzó a mover la cola feliz de ver otro ser viviente después de la tormenta y se puso en posición de juego.

Reí ante sus actos, e inconscientemente recogí una piedra para lanzarla lo más lejos posible. Él corrió a buscar la piedra y, cuando la recogió entre sus fauces, corrió hacia mi para dejarla frente a mis pies quietos.

Se la lancé dos veces más antes de que él saliera persiguiendo unos pájaros que estaban escondidos entre el follaje y arbustos.


Con unos pasos más, llegué a mi pequeña casa deteniéndome en la entrada y quise golpearme yo misma cuando mis manos comenzaron a temblar incontrolablemente. Cerré los ojos para intentar calmar el temor que comencé a sentir en ese momento. Al levantar mi mano derecha en forma de puño para golpear, la puerta de madera se abrió de una forma brusca y logré ver a mi padre, con los ojos hinchados. Lograba apreciar el hecho de que él no había dormido nada esta noche, gracias a las leves bolsas moradas bajo sus rojizos ojos. Él me miró expectante. Temblaba. Abrió la boca para decir algo, pero en vez de mencionar alguna palabra la cerró y tragó saliva fuertemente.


—Yo... Pensé...


Negué con la cabeza, mientras bajaba la mirada y escondía mis manos detrás de mí.


—P-pensaste que había muerto. —terminé por él.


En sus ojos vi la verdad. Él quería verme muerta, pero no ahora. Agachó la cabeza en señal de rendición, y retrocedió para dejarme entrar. Pasé rápidamente por su lado, escondiéndome de sus puños si intentaba hacerme daño y me escabullí en mi habitación hasta que anocheciera.


(...)


No sabía qué hora era. No tenía ni reloj, ni celular, ni ningún aparato que me lo dijera. Estaba oscureciendo ya y por mi ventana lograba ver las luces del hogar de Zachary a lo lejos pasando por varios árboles y pequeñas colinas de tierra y césped. Recordé el cariño que recibí de parte de sus padres. Hace tiempo que no lograba comer sin hacer nada a cambio; ni limpiar, salir a buscar algo o tener que cocinar. Loraine cocinaba exquisitamente delicioso. También estaba la cama en la que dormí, tan suave, olía bien y no le hacía daño a mi espalda como el colchón en el que dormía cada noche desde que mi madre murió.


Recuerdo que todas las noches ella se acercaba a mi cama y se acostaba conmigo. Yo me acurrucaba junto a ella para lograr sentir su calor y compañía. Algunas veces me cantaba canciones y cuando me las sabía, cantaba con ella. Otras me leía cuentos y libros hasta que el sueño me vencía. Pero lo mejor de todo, es cuando me llevaba algún peluche nuevo y dormíamos las dos abrazadas a él. En las tormentas, de esas donde aparecían los truenos y relámpagos, yo me iba a su cama a media noche diciendo que no lograba dormir y que me daban miedo los sonidos de la lluvia. Mi mamá y mi papá abrían las cobijas y yo me metía en el medio de ellos dos, luego mi madre me apretaba contra ella y se quedaba dormida.


Aquellos recuerdos lograban atormentar mi mente casi cada día desde que ella se fue. No lo he logrado superar, e incluso hay veces, en mis recuerdos, que su rostro me parece distinto y casi desconocido. Me senté en mi cama mientras observaba mi silenciosa habitación, en busca de algo para divertirme hasta que la noche caiga y deba dormir para mañana ir a la escuela.


Busqué en una pila de libros que tenía en una esquina. Aquellos libros eran de mi madre, eran los que me solía leer por las noches.


Comencé a leer los títulos de cada uno. Algunas eran largos y gordos, pero otros pequeños y delgados. Estaba allí ''Romeo y Julieta'', la obra de William Shakespeare. Me quedé mirando la portada del libro, entonces lo tomé y lo dejé a un lado de los demás. Seguí viendo los otros títulos, pero me quedé con Romeo y Julieta. Me senté como indio sobre la cama, con las piernas cruzadas y comencé a leer las primeras páginas, recordando la voz de mi madre cuando me leyó este libro. Ella me había dado su opinión acerca de esta obra y yo le pregunté si podría comprar el libro y leerlo conmigo. 


Un día ella llegó con él y de inmediato pedí que lo leyera.


Ya iba por la página 94 cuando me di cuenta de que la tormenta se había detenido. Ya era de noche y el frío nocturno comenzaba a sentirse en el aire. Marqué la página con un pedazo de papel y lo escondí debajo de mi cama. Sabía que si mi padre descubría los libros de mi madre, los tiraría y me golpearía luego. Me acosté con la ropa que traía puesta, la que Loraine me había regalado e intenté conseguir calor cubriendo mi cuerpo con las finas sábanas, por más que fuera imposible. 


En verano no sufría tanto por el frío de las noches ya que casi ni se sentía, e incluso a veces dormía sin cubrirme, pero en invierno todo era al revés. Algunas veces despertaba sin sentir nada de mi cuerpo por lo entumido que se encontraba.


El viento soplaba y provocaba un molesto silbido cuando pasaba por la madera que conformaba la pared de mi habitación, la que daba al exterior. 


Recordé el calor que sentí dentro de la casa de Zachary, el calor tan acogedor que luego de irme comencé a añorarlo, lograr algún día tener una casa igual que la de ellos, así de grande, caliente, con chimeneas y cuadros que decorarían las paredes para ese entonces. Y, pensando en el futuro muy lejano al que me deparaba, me dormí bajo el cielo nublado.

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