Sálvame | Capítulo O7

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La madre de Zachary me llevó hasta la habitación de invitados en la segunda planta y que era del porte de mi habitación multiplicada por diez. ¡Era enorme! Y ella había dicho que era pequeña… Tenía una cama King cubierta por colchas de color carmesí con detalles unisex florales. Las paredes eran de un color amarillo pastel y los pisos de una tierna madera clara. Las cortinas de un color marrón, mientras que unos visillos transparentes nos separaban de la hermosa vista que se lograba apreciar desde allí. Tenía varios muebles con cajones y otros para dejar cosas. Como había dicho ella anteriormente, tenía una pequeña chimenea en una esquina que el Sr. Hayes se había tomado la molestia se encenderla para temperar la habitación.

Loraine me prestó un camisón que era de ella. Me había dicho que ya no le quedaba y que si quería me lo podía quedar sin problemas, y yo acepté.

Era de color rosa pastel y era muy abrigado y grueso, y estuve inmensamente agradecida ya que al volver a mi casa –y esperaba que ese día nunca llegara- podría dormir algo más abrigada que de costumbre.

Estuve despierta hasta las tres de la madrugada aproximadamente. No podía dormir, ya que mis pensamientos se iban cada vez a esta familia, pensaba en la hospitalidad que Loraine, Michael, Zachary e incluso la pequeña Melissa me entregaban sin pedir nada a cambio. Ellos me habían dado alimento sin ninguna condición o golpe por ello, y eso me confundía completamente. Me dejaron en una cómoda habitación, mi espalda contra un suave y blando colchón, las sábanas y frazadas me abrigaban tanto que ya no sentís ni una pisca de frío. La chimenea estaba aún encendida, pero el fuego se extinguía de a poco, alumbrando la habitación y marcando las sombras de los muebles con sus movimientos cada vez más y más lentos.

Estaba fijamente viendo aquel fuego que, luego de media hora, estaban solamente las brasas de lo que quedaba de la leña encendidas por un color anaranjado cuando unos pasos leves comenzaron a escucharse fuera de la puerta de la habitación. Había alguien que, lo más probable, no quería ser escuchado ya que sus pisadas las conocía muy bien: yo hacía lo mismo cuando mi papá estaba dormido e iba a la cocina para ver si había sobrado algo de comer. Debatí dentro de mi cabeza si debía quedarme acostada o ir a investigar, lo que la curiosidad dentro de mí decía que hiciera inmediatamente.

No aguanté las ganas de ir y ver quién estaba afuera, ya que no recibiría ningún golpe (creía yo) si me descubrían espiando.

Abrí la puerta con sumo cuidado, girando la perilla con la mayor lentitud posible para no emitir ruido alguno. Agradecí que al abrirla un poco la puerta no rechinara como en casa. Esperé a que mi visión se ajustada a la oscuridad del pasillo y miré al responsable de las pisadas.

Allí, caminando completamente de negro, iba Zachary. Por un momento pensé que pasaría desapercibida, pero luego de unos segundos Zachary desvió la mirada del suelo y la puso en mí. Mi pulso se aceleró, con miedo y nerviosismo, sin saber qué hacer. Él rápidamente puso su dedo índice sobre sus labios, procurando con ese gesto que hiciera silencio. Solo asentí mientras comenzaba a entrar nuevamente a la habitación y hacer como si nada, pero cuando comencé a cerrar la puerta la mano de Zachary evitó que continuara y simplemente entró en la habitación.

Retrocedí y como de costumbre, cubrí mi cara con ambas manos, esperando el golpe mientras mi corazón parecía detenerse por el miedo. Mi respiración se aceleró y estaba segura que Zachary se había enfadado conmigo por haberlo descubierto.

Sentí su cálida mano sobre uno de mis hombros y di un grito ahogado, sin sacar mis manos de donde estaban.

—Tranquila, Claire —susurró, algo nervioso— ¿Qué te sucede?

Al notar que el golpe nunca llegaría, separé un poco mis dedos para ver a través de ellos. La mirada azul de Zachary parecía resaltar en la oscuridad, y en sus ojos vi la preocupación.

—¿Quién te ha dañado lo suficiente como para temer a quien no te hará daño?

Sus palabras, completamente ciertas, activaron el botón sensible que tenía dentro. No dejé que viera mis ojos empapados por las lágrimas sin caer. Me temblaron los hombros y él se dio cuenta.

—Lo siento —murmuré, feliz de que mi voz no tartamudeara o se escuchara ronca por el nudo que tenía en mi garganta. —. No quería parecer una intrusa… Lo siento mucho.

Sequé mis ojos lentamente, sin mirarlo. Tenía miedo de que se enojara conmigo y me echara de su casa al igual que lo había hecho mi padre. Sufrir ese frío nuevamente… No aguantaría como la última vez.

—Claire. —dijo, con voz demandante. —Mírame.

Le hice caso. Él me miraba fijamente, penetrando en mis ojos… Llegando a mi alma.

—Aquí no te sucederá nada, te lo prometo. Puedes confiar en mí y en mi familia.

Lo miré y suspiré, dejando que el aire se escapara de entre mis labios. Él no apartó la vista de mí. Luego de unos instantes me removí en mi lugar, desviando la mirada y cruzando los brazos por debajo del pecho.

—Esto es un p-poco incómodo—susurré.

Sonrió lentamente, asintiendo.

—Sí que lo es.

—¿A dónde ibas? —le pregunté, queriendo saber.

—No puedes saber.

Quedé un poco sorprendida ante su respuesta, pero no dije nada más. Sentía su mirada sobre mi cabeza, sin moverse.

—Yo… Creo que intentaré dormir algo… —murmuré. Alcé nuevamente la vista para ver como asentía con la cabeza y retrocedía.

—Buenas noches, Clay —sonrió y salió de la habitación, cerrando la puerta suavemente tras de él.

Clay… Mi madre me decía así. Cuando murió, pensé que jamás escucharía ese apodo nuevamente.

Recuerdos de ella inundaron mi mente de una forma instantánea, provocando que mis ojos se llenaran de lágrimas nuevamente y haciendo así que mi visión se volviera borrosa por ellas. Sorbí por la nariz mientras secaba las esquinas de mis ojos y volvía a la cama para enterrarme profundamente bajo las colchas e intenté reconciliar el sueño, dejando que mi mente se bloqueara como estaba acostumbrada a hacer cada noche que recibía una paliza… para olvidar el dolor y el odio que veía en los ojos de mi padre.

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