Un día nuevo parte I

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Observé como la aguja del reloj que colgaba en la pared avanzaba cada vez más rápido, bajando hacia el número seis cada vez con más velocidad.

Las maletas en mi habitación ya estaban listas al lado de mi litera, todas arregladas y organizadas con mi ropa; vi los libros que estaban encima de la mesita de noche cubiertos por una bolsa transparente, eran los que me había dado el señor Magnus al despedirse y cerrar la librería. El señor Magnus aún me hacía falta, pero estaba segura que leer su hermoso regalo me haría feliz e imaginaria su presencia a mi lado.

Los libros estaban en frente de mí, solo una pequeña distancia nos separaba. Era como si me hablaran telepáticamente y me rogaran que los llevara conmigo.

Me acerqué hacia la bolsa de los libros, la tomé por una parte y la acerqué a mi rostro—Claro que me los voy a llevar, pequeños—le di un pequeño beso a la bolsa y me sentí muy tonta por eso, aunque seguí hablando—, no sería capaz de dejarlos.

Proseguí a abrir la maleta cuidadosamente para que no se saliera todos la ropa que ya había arreglado adentro de ella; quité unas franelas y las puse en el lugar de los vaqueros, para hacerle un espacio pequeño a los libros, y allí los acomodé.

Acto seguido, saqué una maleta de mi habitación y en el intento de bajarla por las escaleras casi me tropiezo y me caigo, aunque seguí con mucho esfuerzo, dejando toda la fuerza de mi flacuchento brazo en la maleta. Las gotas de sudor debido al cansancio se empezaban a deslizar por mi frente.

Después de llevar la maleta hasta la entrada de la casa, volví a subir para hacer el mismo procedimiento con la otra maleta. Por un momento los recuerdos con Ellen volvieron a visitar mi mente, una sonrisa se escapó en mi rostro. Recordé como era Ellen con sus maletas, éramos muy diferentes; realmente, no parecíamos hermanas.

Ellen siempre que se iba de viaje, aunque fuera solamente por dos días, armaba cuatro maletas, y si, podrían pensar que era mucho para solo dos días, cualquier persona lo pensaría en realidad; pero para Ellen no era mucho, más bien empezaba a quejarse por no poder llevar más.

Cada maleta era para algo diferente. Una era para las faldas y vestidos, otra para las ropas casuales como los vaqueros que se pegaban a sus piernas haciendo que estás resaltaran y lucieran como una persona que va al gimnasio todos los días, antes de beber un batido saludable o desayunar una tasa de cereal con frutas. Otra para sus libretas, sus libros, y accesorios para su teléfono o para decorar sus cuadernos; y otra para el maquillaje y la ropa elegante y formal para salir a bares.

Si Ellen no llevaba sus cuatro maletas al irse de viaje, le daba un infarto o simplemente no se sentía como ella. Sin embargo, siempre disfrutaba de los viajes que hacía, y para más seguridad de que no se quedaran sus maletas, tenía otro equipaje que era muy grande y que tenía cuatro compartimientos.

Estaba detrás de la puerta principal, las maletas estaban a cada lado de mis piernas. Miré toda la sala, recorrí con mis ojos cada parte de ella, pues por un largo tiempo no la iba a ver más. Finalmente, cuando decidí salir a la calle fué un poco difícil, ya estaba dispuesta a abandonar ese lugar en el que me había criado toda la vida. Me dí cuenta en segundos que ya en verdad había crecido, para convertirme en una adulta, ya no podía depender de mi padre, así que su ida si me dolía, pero de alguna manera me ayudaba a crecer más y eso era bueno para mí.

Era como algunos animales, que abandonan a sus hijos al nacer y luego ellos mismos siguen el rumbo de sus vidas, como las tortugas. Cuando las madres dejan los huevos en la cálida arena de la playa, y sus cascarones son finalmente rotos para que sean libres, estás se dirigen con sus aletas torpemente hacía el mar. Unas sobreviven en el intento, y otras tristemente mueren al hacerlo.

CASS don't let it outDonde viven las historias. Descúbrelo ahora