Punto dulce.

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La noche nos acurrucó y el céfiro gélido volvió a escalar mis piernas descubiertas. Mis pulmones gritaban por un cigarrillo, anhelaba sentir una corriente de humo evadiendo mi sistema y el estremecimiento que se extendía por mi muñeca también lo rogaba. Tenía tiempo sin tener un cigarrillo en medio de mis labios.

Connor lucía increíblemente atractivo a través del parabrisas, con el ceño ligeramente fruncido y con la lengua asomándose apenas en medio de sus labios; se mordió los labios y me sonrió cuando me atrapó observándolo. Una sola mano direccionaba el volante, la otra imaginé que descansaba en su pierna, y él volvió a reparar los ojos en el retrovisor sin quitar la sonrisa de su cara para lograr aparcar el coche en el garaje.

Con solo ese acto sabía que mis mejillas ardían bajo el color carmesí.

Bajó cuando por fin parqueó el auto y corrió hasta mí; yo sonreí como tonta porque la pintura roja en mis labios, ahora sobresalía en una gran parte de los suyos. Y volví a palpitar fuerte por dentro cuando otra vez sostuvo mi cintura en sus manos como lo había hecho en el bar, pero esta vez me elevó y me besó más fuerte, y también más suave; haló mis labios con un mordisco y saboreó retocándome con la lengua.

Los únicos testigos que pudieron apreciar cómo nos besábamos tan desesperadamente, eran las estrella, la luna que relumbrara en la esfera nocturna y el alumbrado de la calle que brillaba en nuestros rostros.

Sujeté su mentón en mis manos y no me detuve en besarlo hasta estampar contra la puerta de la casa, sus manos también atraparon mi barbilla y me robó un respiro cuando mordió más fuerte y exhalé.

Cambiamos de posición sin despegar nuestros labios, sentía el frio del metal que perforaba su labio inferior, y ahora yo estaba contra la fría madera de la puerta, haciendo un inútil esfuerzo para controlar mi respiración; su lengua descendió hasta mi cuello y untó saliva en mi piel, mientras yo miraba el cielo. La saliva siempre me había parecido repugnante, pero lo que Connor hacía, lograba ocasionar una vibración en medio de mis piernas y esta se tornaba cálida, casi humedeciendo la tela de mis bragas.

Cuando sus labios volvieron a probar los míos, lo aparté por un segundo.

—Nos pueden ver—agarré el cuello de su camisa, él se lamió el labio inferior—. Mejor entremos.

—Una pena es que no nos vean—me besó dos veces seguidas—, se pierden de un gran espectáculo, ¿no lo crees, preciosa?—ahora humedecía otra vez por arriba de mi clavícula con sus labios y seguía hasta mis mejillas. Lo que hacíamos era algo indebido, ya que nos besábamos con intensión de desnudarnos en la entrada de su casa. Y me trajo recuerdos, de cuando nos besábamos un poco más tranquilos en la puerta de la mía—. Pero te haré caso, entremos.

Casi caigo al piso cuando abrió la puerta, y tras cerrarla continuó con sus besos estampándome contra la misma. Respiré y él no se detuvo en succionar cada partícula de la carnosidad de mis labios.

La respiración acelerada que intentaba tontamente controlar, me hacían sentir una potencia jodidamente candente; resaltaba bajo mi pelvis y otra corriente seguía por mis dos piernas, hasta encontrarse en mi entrepierna, donde vibraba tanto, rogando por algo más. Y aunque por una parte detestaba el sentimiento, por otro lado dejaba que este me consumiese por dentro.

Fue inconsciente cómo mis dedos ahora estaban en los botones de su camisa e intentaba desabotonarlos. Los besos fueron más profundos y yo los provoqué, sentí que la comisura de sus labios se elevaban, sin siquiera temblar, con mucha seguridad en lo que estos hacían.

Mi lengua entró en contacto con la perforación en su labio que ya no encontraba tan helada, y sus dientes encajaron como un perfecto rompecabezas nuevamente en mi labio inferior, cuando llegué hasta el último botón.

CASS don't let it outDonde viven las historias. Descúbrelo ahora