Si ven que tiene esposas pueden pensar algo malo.

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Revisé el armario de mi habitación tres veces seguida, de arriba a abajo y de izquierda a derecha, una maleta que aún tenía ropa sin desempacar y cuando descubrí que no tenía algo que resultase elegante para vestir, me rendí y mi solución fue llamar a Leyla.

Después de todo ella había creado el grupo de WhatsApp para mandar el mensaje donde indicaba que la fiesta tendría una temática y sería: de traje, es decir, vestidos largos o no tan cortos para las chicas, y para los chicos americanas o smoking negros con camisas de vestir, preferiblemente de color blanco, justo como lo indicaba la foto de los modelos que vestían de esa manera y había enviado.

En la conversación revisé cuántos números desconocidos habían y si contaban con foto de perfil. Algunos tuvieron, otros no, y al observar que solo eran siete números me quedé tranquila sin angustiarme, eran muy pocos números, y anteriormente mi pensamiento había sacado la cuenta del triple de aquella cifra.

—No sé qué ponerme—le dije a Leyla rápidamente apenas contestó la llamada.

—Y yo que te iba a informar que ya iba saliendo para allá—escuché el suspiro luego de las palabras, pero la comprendía ya eran las seis y media, pronto serían las siete—. ¿Qué tienes que te sirva?—escuché el sonido de una puerta de auto cerrarse al otro lado de la llamada y fue inevitable no preguntar:

—¿Ya estás en el Uber? Y no tengo nada, solo jeans, pantalones, ropa casual. Y lo demás son conjuntos normales para salir—me senté en una orilla de la cama y observé las paredes tapizadas de la habitación.

—Sí, Alex—luego de ese sí, Alex, escuché el vehículo acelerar—. Y tranquila, ya voy para allá a ayudarte. En cuanto llegue te llamo, te quiero—y con eso cerró la llamada.

No me dispuse a buscar más y solo concluí en esperar a que Leyla llegara. Y entonces cuando pensé qué ropa iba a utilizar, una nueva pregunta apareció en mi mente: ¿qué vestimenta se supone que iba a usar Cass?

Mi ropa no le serviría, incluso pensé en cómo se le vería una prenda mía y una sonrisa apareció em mi semblante.

Debía buscarle algo al bipolar amargado con intenso cambio de personalidad, enseguida recordé la oficina del Sr. Malcolm, y tomé la llave correspondiente para bajar a la misma, quizás su padre había ocultado algún traje elegante allí. Me costó tiempo descifrar cuál era la llave, pero cuando me fijé en el diseño de una, supe que esa era o al menos parecía ser la correspondiente: de igual tamaño que las demás, pero el diseño del agarre era una especie de traje con las letras o y f talladas.

Frente a la puerta negra de la oficina las palabras de Faddei se rebobinaban en mi mente, como una alerta:

<<Es la oficina del Sr. Malcolm, nada importante>>.

Pero debía continuar y dejar mi drama a un lado, igual un presentimiento me colocaba los vellos de punta.

Un olor a antigüedad atormentó mi nariz apenas abrí la puerta y un estornudo se me escapó, las paredes habían sido decoradas de un color de roble arcaico y el tapiz era de un tono dorado pero muy oscuro que a duras penas intentaba cubrir la pared, estaba despegado, rasgado y arrugado. Me sentía en la pieza de un museo histórico.

A unos pasos de mí se encontraba un escritorio, con una lampara moderna que decoraba la base del mismo, junto a unas hojas de papel, otras hojas impresas, y una portátil, que al igual que la lampara se encontraba apagada.

Habían más sillas aparte de las del escritorio, un cuadro de un retrato del Sr. Malcolm, con un traje negro, corbata negra, camisa blanca, y agarrando los extremos del saco con ambas manos, una de ellas tenía un anillo en el dedo anular, y un reloj de pulsera junto a la manga, mostrándose en el retrato como un jefe y demostrando seguridad; la expresión en el rostro era seria y suponía que aquella obra de arte había sido recreada por la Sra. Malcolm. Era tan real, los ojos parecían tener vida y vigilarme por cada movimiento que hacía.

CASS don't let it outDonde viven las historias. Descúbrelo ahora