Juego 1: Dominó.

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Maldije el embaldosado rociado de nieve cuando coloqué mi pie para bajarme del coche. Casi caía de boca, lo bueno es, que si hubiera ocurrido eso no estaría a la vista de un público y lo único que me vería serían las sombrías ramas de los árboles que se avecinaban en todo el sendero que daba a la mansión.

Alcé la vista. El cielo retornaba un pigmento gris, pese a que fueran casi las siete de la noche. Las nubes estaban a nada de derramar el agua por sus ojos y la niebla le haría compañía ataviando el espacio boscoso. Se acercaba una tormenta y con una alta probabilidad, otra nevada.

Entré a la mansión con los sacos de compras en la mano y las guardé en el armario de la cocina. El ambiente se sentía espeso y el silencio bullicioso, como si las paredes hablasen entre sí lanzándose críticas de mí; un escalofrío se mudó en la punta de mi columna vertebral y descendió por mi espalda hasta colocar en duda a mis rodillas.

Saqué otro cigarrillo y lo encendí en mis labios para amenizar mi conducta, mientras repasaba en todos los alimentos que subsistían en las repisas y en los cajones. Rebosaban demasiados ingredientes, pero en mi cabeza no se originaba alguna idea para prepararlos en una rica cena; por ello, recurrí a la opción más confiable.

En cuarenta minutos el repartidor del delivery tocó en la puerta y salí a por las cuatro hamburguesas, las dos raciones de patatas fritas largas y los dos vasos grandes de refresco. Todo venía en una linda bolsa de papel marrón con un ilustrado de comida chatarra.

Me senté en la mesa larga del comedor y liberé el alimento de la bolsa, el aroma a frituras y una mezcla de salsas despegó a mis fosas nasales, y lo absorbí chupándome los labios y sonriendo. No era idólatra de esta clase de comida, pero, a veces no era mala idea obsequiarme un gusto con algo de sapidez grasosa.

Suspiré porque tenía que hacer el siguiente paso, que, si antes no era de mi agrado, ahora con lo que ocurría sería más difícil. Recordé una frase que se extrajo de la negrura en mi mente: sé el amigo de tus propios enemigos. Y quizás, no era una mala idea.

Si Cass mentía sobre los dos tipos y realmente era él quien tenía a mi hermana, debía ser lo más estratégica posible para encontrarla, debía hacerle creer que me caía bien o incluso que me gustaba, cuando en realidad quería perforarle la tráquea con un cuchillo.

Es por ello por lo que, entre una decisiva batalla de llevarle la comida o invitarlo a cenar, opté por lo segundo; de cualquier forma, gracias a su propia orden tenía que bajar, su juego comenzaba dentro de seis horas.

Terminé con el cigarrillo hasta decaer en el filtro y me encaminé al segundo piso.

Erguí una simpática actitud y antes de entrar a su habitación plasmé una sonrisa afable en mis labios.

Laboraba su papel sentado en el colchón con la mirada hincada en las baldosas y con el tronco desnudo, solo traía puesto el pantalón negro.

—¡Dios!, al fin. Muero de hambre—se levantó apenas el ruido estridente de la puerta topó contra sus oídos, me observó y casi ahogo un grito cuando no me sonrió a mí, ¿era ciego o no había visto mi nuevo corte de cabello? Y... ¿Eso tenía que interesarme? Aterrizó sus ojos en mis brazos y la sonrisa en sus labios inmediatamente se desvaneció.

Estaba siendo extraño. Sim embargo, eso no me hizo apartar mi comportamiento amistoso.

—Buenas noches, Cass—puntualicé, debía actuar lo mejor posible y no podía exhibirle miedo o desconfianza. Tenía que hacerlo mi amigo—. Cenaremos juntos—abrí más la puerta—, adelante.

No abrió la boca para soltar otra palabra, solo arrugó un poco la frente y luego siguió el recorrido hacia la mesa del comedor, yo seguí detrás de él.

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⏰ Última actualización: Nov 15 ⏰

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CASS don't let it outDonde viven las historias. Descúbrelo ahora