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—¡Emeth, se nos hace tarde! —escuché gritar a mi madre y me removí en la cama.

Te castigará aún más tiempo si no bajas.

Mi conciencia siempre era muy acertada.

Me levanté de la cama y me miré al espejo, ya estaba vestido, un pantalón marrón de tiro largo con una camisa blanca fajada y un suéter azul marino. Mi cabello estaba peinado hacia atrás y mis gafas descansando casi en la punta de mi nariz. Me veía horrible, como siempre.

—¡Emeth!

Sus gritos psicóticos me ponían de los nervios.

Seguí mirándome al espejo por unos minutos y a cada segundo me encontraba un nuevo defecto. Mi piel era demasiado blanca, mis ojos eran marrones horribles, mi nariz era muy puntiaguda, las gafas llamaban la atención, el suéter azul me hacía ver pálido, el pantalón me hacía ver pequeño.

—¡Emeth, subiré por ti!

Suspiré, resignado y salí de mi habitación. Me asqueó el olor de beicon que flotaba en toda la casa.

—Siéntate a desayunar —me ordenó mi madre y negué con la cabeza.

—Sabes que no como carne.

Me miró con una mueca que no supe si era de asco o de decepción, probablemente de las dos.

—Te dije que te sentaras a desayunar.

—Y yo te dije que no como carne —tomé un durazno del frutero y fui a la cocina a lavarlo.

—Emeth, tienes que desayunar bien, el camino en auto es largo.

—Si hubieras hecho un desayuno apto para mí, habría desayunado bien —traté de que mi voz no sonara tan molesta, pero es que no podía evitarlo.

Les pongo en contexto: Soy gay. Muy gay.

Cuando se los dije a mis padres, ambos se pusieron a llorar porque su único hijo —énfasis en único— no era un chico normal.

¿Qué me hacía anormal? ¿La miopía? ¿El astigmatismo? ¿Las ganas de querer morirme todos los días?

No, lo que me hacía anormal —según mis papás— era que, siendo un hombre, me gustaban los hombres.

¡¿Cuál era el problema de eso?!

Yo nunca vi ningún problema, ¿cuál era el problema en amar?

Okay, me extendí.

Después de confesar mi orientación sexual, decidieron que la mejor decisión era mandarme tres años a un internado.

Fuaaa, siempre fue el sueño de mi vida que mis padres ricos me mandaran a un internado como castigo.

Nótese el sarcasmo.

En fin, ese día me iban a llevar allá. Así que estaba molesto de por sí, luego la boba insistencia de mi madre por ignorar que soy vegetariano.

Me senté en el sofá a comer mi durazno.

—Buen día —saludó mi padre cuando llegó a la sala.

—Hey —respondí y me levanté a lavarme las manos.

—¿Estás listo, hijo?

—Por supuesto que no.

No dijo nada más, pero vi una sombra de decepción en su rostro y me sentí culpable.

SummeryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora