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—¿Podemos hablar?

—No —caminé a mi habitación mientras escuchaba como me seguía.

—Es importante.

—Sigue siendo no.

—Emy —llegamos a la habitación, entramos y cerró la puerta.

—¿Qué quieres?

—Primero que nada, disculparme. Ya sé que he sido una mierda completa y absoluta contigo y tu novio, no era mi intención ser así. Lo lamento mucho.

Conmigo y mi novio. Él realmente dijo eso.

Las palabras salieron de su boca como si fueran cualquier cosa. Como si no le importara que yo tuviera algo con alguien.

Eso es porque no le importaba.

Bastante amigable mi conciencia, por suerte.

—Está bien, no pasa nada.

—No, no digas que no pasa nada, porque sí pasó. Di que me perdonas.

—Te perdono, ¿algo más?

Suspiró y asintió.

—¿Quieres ir a casa conmigo para Navidad? Pregunté a mis papás y dijeron que sí, que no había problema.

—¿Tu casa en Navidad? ¿La misma casa a la que el año pasado te dieron... cuánto? ¿Diez mil dólares —asintió—, para que no regresaras?

—Juro que suena mucho peor de lo que es. Además, en verano hice un poco las pases con ellos por lo del fútbol y creo que será agradable ir de vacaciones contigo. Así no te extrañaré tanto.

—Y no te drogarás. Porque sigues haciéndolo pero he notado que no lo haces cuando estás conmigo. ¿Para eso quieres que vaya? ¿Para ayudarte a detener una adicción temprana?

—Emeth... —se interrumpió a media frase. Se veía muy decaído y probablemente yo estaba siendo muy duro y muy mierda.

—Iré —dije, pero él negó.

—No. Si te sientes obligado a ir sólo por mantener la cortina del mejor amigo, no lo hagas. No quiero sentir que estás ahí por guardar apariencias conmigo, porque ya no te sale —iba a salir de la habitación pero lo detuve por el brazo.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que ya no es lo mismo, Emeth. Tú ya no eres lo mismo.

—¿Y tú?

—Yo lo intento, pero pareciera que tú ni eso —no se escuchaba molesto, sino triste.

—¿Y qué que no sea el mismo?

—Cambiaste. Y no digo que no puedas hacerlo o que los cambios sean malos, pero yo realmente creí que lo nuestro duraría mucho.

—¿Lo nuestro?

—Nuestra amistad. Creí que seríamos ancianos juntos, que iríamos a casa del otro a tomar cerveza y ver los partidos de fútbol sin que tú entendieras nada y yo tuviera que explicarte todo mientras comía papas fritas con dip de cebolla. Eso creí.

—¿Creíste que en cincuenta años yo no aprendería absolutamente nada de fútbol y tú aún tendrías que explicarme todo? —eso lo dije con humor, pero como que no le cayó bien.

—Bueno, eso era antes de que un futbolista se metiera directamente en tu vida para probablemente terminar casado contigo.

—Por favor, Bill, no terminaremos casados, relájate.

—Fácil decirlo cuando no estás del lado espectador.

—¿Quién dijo que no estoy del lado espectador? Tú probablemente te cases con Amanda y ella será la que te lleve las papas fritas y el dip de cebolla, atravesándose frente a la televisión un montón de veces sin dejarme ver qué carajos pasa, entonces los conocimientos que me dé mi esposo el futbolista servirán de absolutamente nada porque tu gorda esposa no me dejará ver el partido ni un segundo.

SummeryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora