5

17 6 30
                                    

Dormir sin pensar antes fue mala idea. Pésima idea. Terrible idea.

Desperté con un dolor de cabeza que te cagas.

Me levanté de la cama con menos ánimo que una oruga a punto de morir.

Y sonó mi teléfono.

Maldije por lo bajo y me estiré para tomarlo de la mesita de noche.

—¿Qué carajos quieres, Dylan? —dije a modo de saludo.

—Sólo ver si estabas despierto, ya vi que sí. Buenos días, acuérdate que hay examen de Cálculo.

—Mierda —lo había olvidado.

Colgué el teléfono y fui a bañarme, hubiera querido quedarme toda la vida en la ducha, pero se me hacía tarde.

Terminé de ponerme el uniforme y tomé mi mochila para salir de la habitación y bajar las escaleras con toda la actitud de un muerto.

No vi ni a Bill ni a Dylan de camino al colegio, tampoco era como que tuviera muchas ganas de verlos.

Cuando llegué al salón, el profesor ya estaba ahí. Iban llegando todos los demás cuando estaba dándonos las hojas para el examen.

Justo miré a la puerta cuando William, Dylan y Amanda llegaron.

Me sentí mal porque llegaron los tres juntos, no sólo Bill y Dylan.

El profesor dio la indicación para comenzar el examen y mi cerebro decidió apagarse.

No entendía un carajo. Las letras y los números no tenían ningún sentido, o seguro sí, pero yo no podía hallarlo.

Intenté concentrarme pero de verdad no sé que me pasó, de repente sentí un nudo en la garganta y un dolor en el pecho. Casi ni podía respirar.

¿En qué momento me puse así? No lo sé, pero me levanté de la silla, murmuré un "disculpe" al profesor y salí del salón.

Sentía como si me estuviera asfixiando.

Había un pasillo en la escuela por el que nadie pasaba, literal nadie, ni un muerto o, al menos, eso esperaba.

Me senté en el piso con la espalda pegada a la pared, mis rodillas pegadas a mi pecho y mis brazos rodeando mis piernas.

Estoy seguro de que estaba temblando, de repente comencé a llorar y me sentí tan avergonzado de los sollozos silenciosos que se ahogaban entre mis rodillas y mi rostro.

—Emy —ay, Dios, no.

Escuché sus pasos acercarse a mí y eso me hizo sentir peor.

—Emy, ¿qué pasó? —no respondí—. ¿Quieres dejar ya tu berrinche y decirme que está pasando?... por favor.

¿Berrinche? ¿Él de verdad pensaba que estaba haciendo un berrinche?

Literalmente sentía que mi cuerpo había dejado de pertenecerme y no podía controlar lo que me pasaba y este tipo se atrevió a creer que estaba haciendo un berrinche.

—¿Puedes contarme? Estoy preocupado, Emy, ¿qué pasa?

—No pasa nada —respondí con tono grosero.

—Si no pasara nada no estarías aquí.

—Sólo... no es nada, Bill, de verdad.

—¿Y si no es nada porque no me miras?

—Porque no quiero.

Sentí sus manos tomar las mías y luego bajar mis rodillas, dejando ver mi rostro empapado y seguramente rojo e hinchado.

SummeryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora