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—¡Suerte, te amo!

—¡Yo también te amo!

La escuela ya jugaba la semifinal, era el penúltimo partido más importante del torneo y teníamos que jugar en otra escuela si queríamos que la final fuera en nuestro colegio.

La mayoría de los chicos del otro equipo eran enormes, y mucho más si los comparabas con mi chiquitín de 1.75 que corría detrás de ellos pero un paso suyo eran diecisiete de ellos. Se estaba frustrando mucho, lo noté, así que cuando el partido se detuvo momentáneamente por una falta, le pedí que se acercara.

—Tienes que relajarte.

—Nos van ganando y no van ni quince minutos de partido, Emy, ¿cómo carajos me relajo?

—No sé, pero cálmate. Van a ganar.

Asintió y miró al chico lesionado, ya se estaba levantando.

—Lo haré.

—Eso. Éxito, campeón —le di las famosas palmaditas en el hombro y dio unos pasos para volver a la cancha, pero se detuvo de repente.

—¿Cómo me dijiste?

—Campeón, porque eso es lo que eres desde ya.

Me dio una sonrisa demasiado linda como para describirla y volvió a la cancha, se quedó unos segundos platicando un chico del equipo y volvió a jugar. No soy muy egocéntrico por decir que se veía mucho más confiado, ¿verdad?

—Emeth —me habló Mandy, que estaba sentada junto a Dylan.

—¿Si?

—¿Podemos hablar?

—Claro.

Nos levantamos y salimos del gimnasio de esa escuela rara y nos sentamos a platicar en una banca.

—¿Y bien? —pregunté después de estar unos minutos en silencio.

—Perdón —me dijo, se veía avergonzada.

—¿Por qué?

—Por eso de William. No era mi intención alejarme de ti.

—No pasa nada, Mandy.

—Sí pasa. Somos amigos, Emeth. No soy solo amiga de William, éramos amigos todos y me alejé de la nada sin darte explicación alguna.

No sabía qué responder, me sentía muy agradecido con ella por esa explicación, nunca creí ser lo suficientemente importante para alguien como para que me explicara porqué había dejado de hablarme o como para que me pidiera una disculpa.

—Está bien, Mandy, te perdono. Muchas gracias por decirme esto.

—Gracias, Em —se acercó más a mí y recostó su cabeza en mi hombro.

—A ti, de verdad. Me alegra mucho que seas mi amiga.

—Me alegra mucho serlo. Pero uno no elije como se manda en el corazón.

Suspiré, sabía muy bien eso.

—Síp, lo se.

Nos quedamos por unos minutos ahí, en silencio, cada quien peleando con sus pensamientos. Nos levantamos y regresamos a la cancha, sorprendentemente nuestro equipo ya había empatado los dos goles que el otro equipo nos llevaba de ventaja.

Estuvo reñido, sobre todo al final, pero ganamos 5-4 y salimos hacia la escuela con mucha felicidad, porque, además de la victoria, teníamos la fiesta por haber ganado. A esas fiestas solo iban los del equipo y sus amigos, así que Dylan, Mandy y yo estábamos invitados.

SummeryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora