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—Tus papás dijeron que no podías levantarte.

—También dijeron que no podría leer antes de los cuatro años y lo hice, ayúdame.

—Idiota.

De todos modos lo ayudé a levantarse.

Habían pasado dos semanas desde la pelea horrible y el sábado me dejaron ir a la casa de William, sus papás pasaron por mí a la escuela y dijeron que me llevarían de regreso el domingo.

Lo extrañé mucho, mucho, mucho.

—Feliz cumpleaños, atrasadísimo.

Comenzó a tocar una melodía en el piano, no sonaba como ninguna canción que conociera. 

—¿Cuál es?

—No la conoces, es mía. Bueno, ya es tuya. Es tu regalo.

—No es cierto —mi corazoncito no podía creer que alguien tuviera un gesto así de lindo conmigo.

—Sí es cierto, shhh —siguió tocando, no cantó nada, al parecer no tenía letra.

Fue el mejor regalo de cumpleaños que me dieron en la vida.

Tuve que volver a la escuela, pero William se quedó en su casa otras dos semanas.

Dylan, Amanda y yo tuvimos que arreglarnoslas sin él. Se sentía muy raro saber que el torneo de fútbol ya había empezado y él no estaba ahí todo estresado por su equipo. O que ya estuvieran planeando la graduación y nadie hablara en el momento en que le tocaba a él dar su discurso. Todo era raro cuando Bill no estaba alrededor.

Si te lo estás preguntando, Phineas y Miles no nos molestaron, como que sin Bill no era lo mismo.

Por finnn cuando regresó pudimos ponernos al día.

—¿Por qué no puedo jugar? —le reclamó a la directora apenas la vio.

—Porque tus papás me notificaron que te facturaste dos costillas y aún estás en reposo.

—¡Pero es el último partido antes de la semifinal! Si no juego, no llegaremos a la semifinal.

La directora frunció el cejo.

—William, creí que habías sido nombrado capitán porque confiabas en tu equipo.

—Lo hago.

—¿Entonces por qué crees que no ganarán si no juegas?

—Porque... porque...

—¿Porque...?

—Estás haciendo el ridículo —susurré y la directora asintió.

—William, deja esto así. Verás que llegaremos a la semifinal y estarás ahí para jugarla. Mientras tanto, ¿ensayaste tu discurso?

—Lo hice, pero aún no me convence del todo.

—Puedes modificarlo, solo recuerda pasármelo primero para revisarlo.

—Sí, está bien.

—Vayan a descansar, muchachos.

—Gracias.

Fuimos hacia su habitación porque íbamos a ver una película con Dylan y Amanda, aunque me quedé dormido a la mitad.

—Emy —escuché que me susurraban.

—¿Qué?

—Son las diez, tenemos que ir a desayunar.

—No tengo hambre —respondí adormilado.

—No cenaste ayer.

—Estoy bieeeen.

SummeryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora