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Y ahí estaba el pelinegro, alistándose para ir al pueblo. El reloj marcaba las cinco y veinticinco de la tarde, estaba listo para pasar el resto del tiempo fuera de casa, leyendo y apreciando lo bonita que es la vida, hasta que llegara la hora de ver a Oscar, caminó por las calles del pequeño pueblo. Se topó con la panadería de en la que había encontrado al castaño, se sentó en una de las mesas más alejadas y sacó su libro para empezar a leer en paz. Pasó el tiempo y el reloj marcaba las seis y media. Tomó su libro y se dirigió a la salida para ir a cualquier lugar que sus pies le llevaran y sí que lo llevaron a un lugar bonito, alejado y sobre todo tranquilo, era un bosque, cruzó uno que otro camino hasta llegar a un pequeño lago escondido entre las plantas, era bastante bonito. Se sentó cerca de este y empezó a admirar lo hermoso que se veía combinado con el atardecer que se hacía presente poco a poco, si bien podía calcular que eran las siete de la tarde, todavía faltaba tiempo para verse con el pelinegro así que tenía el tiempo suficiente para volver, aunque no sabía bien cómo hacerlo ya que tampoco sabía cómo había llegado.

Se levantó de golpe al escuchar a alguien venir, se dió la vuelta y la mirada del castaño estaba en frente de él, como si tratara de admirar la mirada de sorpresa que se pintaba en su rostro.

—¿Que haces aquí?—Habló Romer.

—Vivo cruzando el bosque.—Contestó con cierto tono de obviedad.—Justamente iba al lago para verte. Ahora aquí la pregunta es ¿Que haces tú aquí?—Rió bajo y se sentó a un en el pasto viendo fijamente el pequeño lago a lo que el pelinegro hizo lo mismo.—No esperaba encontrarte en este lago, quiero decir, no me molesta pero este estaba muy alejado del pueblo y ni siquiera habíamos quedado de vernos aquí.—Volvió a reír. El ambiente se había vuelto cómodo.

—Te lo diría pero no quiero burlas hoy, gracias.—El pelinegro le dedicó una cálida sonrisa.

—¿Te perdiste verdad?—Lo miró con una ceja levantada a lo que el menor asintió. Intentó aguantar la risa pero no pudo y efectivamente ahí estaba riéndose del pequeño pelinegro.

—Idiota.—Dijo mirándolo con diversión y enojo al mismo tiempo, una sensación bastante extraña y nueva para el menor. Mientras que el castaño reía más fuerte.

Definitivamente era un idiota.

—En conclusión. Te perdiste.—El castaño soltó una carcajada y como respuesta recibió un golpe en su hombro por parte del menor.

Ahora el que reía era Romer.

—Idiota.

—Si, lo que digas. Esta ni siquiera era la hora acordada pero podemos disfrutar un poco más lo que queda del día.—Dijo mientras miraba las flores que flotaban en aquel lago.

—Supongo...—Hizo una pausa.—¿Crees que estar con un hombre está mal?—Soltó de la nada.

—¿Que?—El castaño estaba un tanto desorientado por la repentina pregunta.—¿Te refieres a pareja o amistad? Igual no está mal ninguna ¿Por qué lo piensas?

—Mi familia es la principal razón, yo tampoco lo entiendo, toda mi vida me alejaron de los chicos para no ser un "raro" cómo ellos suelen llamarles.

Oscar estaba estático, sin saber que decir ante las palabras del pelinegro, en su familia pensaban igual pero no tan exagerado como la familia del menor.

—Lo siento si te hice venir aquí, tal vez no querías. Lo siento.

Oscar no había sentido tanto pánico antes. ¿Qué pasaba en él?

—No te preocupes por eso, de verdad quería venir. En casa no tengo lugares a donde ir más que al jardín. Es enorme, fácilmente me puedo perder ahí pero no se compara al pueblo.—El menor hablaba de forma cálida.

—Oh, en mi casa es todo lo contrario, es pequeña, casi siempre está sola, mi madre trabaja en el pueblo y yo a veces ayudo en la panadería.—Contestó.—Cuéntame de ti. ¿Que te gusta?

—Me gusta leer, escribir poemas, apreciar los atardeceres, venir a este tipo de lugares...—Dijo refiriéndose al bosque en el que estaban.—Me gusta la tranquilidad y las cosas que puedan darmela.

Romer no sabía cómo es que le había tomado confianza al castaño y Oscar por su parte escuchaba con atención al pequeño chico, lo miraba con determinación, cómo si aquello que dijera fuera la cosa más importante del mundo.
Ambos habían generado confianza mutua. Y sin saber ni cuándo ni cómo Romer estaba recostado en las piernas de Oscar.

Cada quien mirando su propia tranquilidad.

Mientras Romer con sus ojos veía las estrellas. Oscar estrellas veía en sus ojos.
El mayor veía detenidamente cada extremidad del rostro del pelinegro, en esos ojos de café había tanta belleza, podía fácilmente perderse en su mirada por horas, todo de él le parecía perfecto. Su mirada seguía rondando el rostro de Romer, hasta que llegó a sus labios, ni tan gruesos ni tan delgados, unos labios rosas con un liguero color rojizo. Su hermoso recorrido fué interrumpido por Romer, quien se había levantado con la intención de sentarse en frente de él y vaya que se sentó muy cerca.

Tal vez era su imaginación.

Sintió los labios del menor chocar con los suyos.

No. Definitivamente no era su imaginación.

Romer se separó para tomar aire, sus mejillas estaban rosas. Había actuado por impulso y no sabía el por qué. Tampoco iba a negar que lo había disfrutado así que decidió volver a acercarse al castaño con la misma intención que antes.
Oscar estaba confundido por lo rápido que había pasado todo. Al principio el menor parecía ser alguien inseguro de quién era y lo que quería, tenía sentimientos e influencias que le hacían creer que estar con un hombre estaba mal, entonces

¿Por qué de la nada se le daba por besarlo?¿Estaba soñando?
¿Que estaba pasando en esos momentos?

Muchas preguntas pocas respuestas.

Amor de otoño.  [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora