Tras ese doloroso acontecimiento, la vida de Madeline pendía de un hilo aún más que antes, aunque trató de sobrellevarlo como podía apoyándose en otras personas.
Sin embargo, al instante en que abrió esa puerta y una oleada de recuerdos regresaron a...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El sol pegándome fuertemente en la cara fue suficiente para dignarme a despertarme de una buena vez. Desplegué los párpados con cierto pesar y visualicé el paisaje otoñal por la ventana mientras largaba un largo bostezo. Di una media sonrisa a la nada misma intentando removerme. Solo que ese acto se vio fallido por un brazo que me pasaba por encima y me mantenía capturada contra un cuerpo firme que no iba a soltarme por más que protestara en veinte idiomas distintos.
Clavé mi codo en su abdomen suavemente, despegándolo con tranquilidad. Lo sentí removerse y supe que lo había despertado. Soltó un sonido quejumbroso y me liberó de su agarre por lo que yo pude girarme para verlo directamente de frente.
Cuando abrió los ojos cegándome con ese color claro yo le sonreí abiertamente.
—Buen día —murmuré muy despacito.
—¿Uhm?, ¿Qué día es hoy?, ¿Qué es esto? ¿Dónde estamos? —preguntó, divertido, y yo me reí por lo bajo.
—Ahora, estás en la cama con tu esposa.
Él se relamió los labios estrechando un poco los ojos y pasando su mano por mi cintura varias veces.
—Eso suena muy bien ¿no podemos quedarnos simplemente así?
—Por mí sabes que no hay problema —alegué encogiéndome de hombros y Matthew no dudó en darme un beso corto en los labios.
Pronto, se volvió un poco más intenso y, como estábamos ambos bajo las sabanas, nuestros cuerpos semidesnudos se rozaban a la vez que nuestras bocas se sincronizaban.
—Oh por el amor de Dios. Como empiecen a hacer sus cosas desde ahora, vomito aquí mismo —espetó la voz de Violet, ya completamente cambiada, que parecía ser espectadora de todo.
Nosotros nos separamos mordiéndonos los labios para evitar reírnos y nos volvimos hacía la rubia, abrazándonos, que yacía con ambas manos en sus caderas en la puerta de nuestra habitación que ella había abierto.
—Ahí está mi hija favorita que siempre nos da privacidad —bufó el castaño.
—Soy tu única hija —reclamó ella algo indignada.
—Ese es el punto.
—Da igual. Por fin se despertaron. Estuve esperando eso hace como una hora.
Fruncí el ceño observándola expectante.
—¿Y por qué tan emocionada?
—¿No se supone que eres mi madre? —cuestionó burlonamente.
—Es la mañana, no esperes gran cosa de mí.
—Es el primer día de clases.
—¿Y esperas a que papi y mami te acompañen a la puerta? —se burló esta vez Matthew.
¿Por qué tuve que parir a semejantes calcos en actitud?
—Estoy a nada de cumplir diecisiete y créanme, es lo último que necesito. —Contraatacó ella, guiñando un ojo socarronamente.