V E I N T E

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Carmel, Indiana

Noviembre de 2005


—La gente no deja de ver el periódico enmarcado de la pared. Oliver está demente —me dice Hannah, dejando la bandeja en la barra para soltarse el mandil.

—Ha enmarcado el primer billete que recibió el local. Por supuesto enmarcaría el periódico.

Hannah me sonríe, luego toma la bandeja otra vez. —Me hace feliz trabajar para ti y para Oliver. El restaurante ha alcanzado tanto en tan poco tiempo que me parece un sueño trabajar aquí. 

Hannah parece no darse cuenta de que este restaurante es más suyo que mío. Ha estado desde el inicio. También es una de las personas que me ayuda a llevarlo a flote.

Sus palabras me conmueven, principalmente porque sé que no son sólo palabras al viento. Tiene un niño qué cuidar y mantener y luego de estar en el paro por seis meses, el restaurante fue luz en su desesperanza.

Le sonrío. —Este lugar es tuyo también. Estuviste en todo el proceso —señalo el periódico—. Ese reconocimiento también te pertenece, Hannah. ¡Dios! No sé qué haría sin ti, ya me habría vuelto loca sin una mano ayuda constante.

—Qué va, pero si no hago mucho.

—Haces lo necesario —le digo. La puerta del restaurante se abre y miro el reloj de pared—. ¿No deberías ir por tu hijo a la escuela?

Mira el reloj. —Faltan veinte minutos, pero...

—Puedes ir antes —la tranquilizo—, le pediré a Ronnie que te cubra.

Hannah asiente. —Gracias.

—Salúdame a Vinnnie.

—¡Claro!

Cuando Hannah desaparece, yo misma atiendo a los nuevos clientes que han entrado y cuando acabo, camino a mi oficina.

Han pasado entre tres a cuatro días desde que vi a Jaxon y sigo sintiéndome pesada, cansada y presionada. Sé que Oliver lo nota, últimamente no me hostiga de preguntas o me habla de algo que me hará sentir estrés, tampoco se mantiene muy cerca o muy lejos; simplemente está para mí lo suficiente y eso me basta.

Me tiro en la silla y apoyo mis codos en el escritorio antes de enterrar mi rostro en mis manos. Suspiro.

—¿Qué pasó conmigo, tiempo? —le pregunto a la nada, con la misma sensación en el pecho de hace días— Se supone que lo curas todo.

Abro la gaveta a mi derecha y saco una candela. La última de las tres que me había regalado Jaxon en mi cumpleaños. Luego soplo el fuego.

Dejo caer mi cabeza encima del escritorio y aprieto los ojos. No tengo más oportunidad de quejarme cuando escucho el ligero portazo de la puerta de la oficina.

—Hmm. Eucalipto.

Cuando alzo la mirada me encuentro con Oliver. Trae un café negro y la mano desocupada dentro del bolsillo de su pantalón negro para trabajar con el mandil de cadera puesto.

Le sonrío cuando se acerca a mí. —Ey —lo saludo. Oliver me da un casto beso en los labios antes de recostarse al escritorio y tenderme el café—. ¿Estás bien?

Tiene los ojos entrecerrados y unas terribles ojeras que no había notado antes. Me siento egoísta por notarlo hasta ahora. No sólo yo la estoy pasando mal.

—Lo estoy, ¿Tú estás bien? —asiento y asiente también— Bien.

Nos quedamos en silencio. Oliver me mira fijamente mientras le doy cortos sorbos al café. No sé qué le está pasando o qué estará pensando, pero ahora no quiero saberlo. Parece molesto, pero también pareciera como si intentara ocultármelo.

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