Para la tarde de ese mismo día, Abril ya se había ido a su casa y Vladimir se encontraba recostado en la cama de la habitación de la planta baja, mirando al techo.
Realmente no había nada interesante que mirar en el techo, pero tampoco tenía nada mejor que hacer.
Sin embargo, eso era lo que él quería. Aquello era lo que pedía diariamente: Estar solo.
¿Y por qué ahora se sentía tan incómodo estar solo?
¿Desde cuándo anhela compañía alguna?
<<No se puede extrañar a alguien que recién conoces, ¿o sí?>> se preguntó.
—¡Vladimir, ya estamos en casa!
Los pensamientos del chico cambiaron el rumbo que llevaban, al escuchar la voz de su padre.
Con la mano derecha talló sus ojos y pasó la mano por su cuello, se sentía algo adolorido. Estaba estresado y si sus pensamientos seguían por ese rumbo, pronto estaría de muy mal humor.
Se levantó de la cama y se sentó en la silla de ruedas. Para cuando llegó a la habitación de sus padres, Amanda ya estaba en la cama.
—¡Hijito! —Lo saludó con alegría y una gran sonrisa— Ya estoy en casa, cariño.
—¿Cómo estás, mamá? —Preguntó con culpabilidad—. Lamento mucho que por mi culpa te hayas lastimado.
—No es tu culpa, cariño. Fue un accidente —y luego lo observó en la silla de ruedas— ¿Te pasó algo malo?
—Pero, ¿qué te dijo el médico? —Preguntó, evitando responder a aquella pregunta.
La preocupación en el rostro de Vladimir, dio ternura a su madre. A pesar de que el chico estaba triste, por unos momentos, pudo volver a ver en sus ojos, a su hijo, aquel que brillaba radiante como un sol, antes de su accidente. Un joven amoroso con muchas ganas de vivir y de salir adelante.
—Dijo que estoy muy bien, cariño. Solo fue un golpecito.
—No le mientas a nuestro hijo, Amanda —la voz de Humberto, era mortalmente seria—. En esta familia, no nos vamos a decir mentiras los unos con los otros. Encontraremos la forma de salir adelante.
Amanda bajó un poco la mirada y dejó de sonreír. No quería que Vladimir se preocupara por ella.
Hubo un pequeño momento de silencio incómodo, fue allí que el chico se dio cuenta, de que muy seguramente él sí tenía la culpa de la enfermedad de su madre. Respiró profundo, giró con su silla de ruedas hasta quedar frente a Humberto y le hizo la pregunta directamente.
—¿Qué tiene mi mamá?
—Una miocardiopatía inducida por el estrés.
Vladimir sintió un desagradable escalofrío pasar por su piel erizándola y un horrible sentimiento que definitivamente era culpabilidad.
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La Sonrisa De Vlad
RomanceVladimir Mendiola tenía la vida resuelta. Fue nombrado heredero de una gran fortuna, así que se aventura a disfrutar de la vida y decide seguir su sueño de ser el más anhelado modelo del país. Más un inesperado accidente hiere su pierna izquierda y...