Capítulo 24.- Inevitable

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La fiebre aumentó y Vladimir no parecía estar en condiciones óptimas

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La fiebre aumentó y Vladimir no parecía estar en condiciones óptimas. Así que Jacinto tomó en sus manos el asunto.

Después de que fue muy obvio la corrupción de los policías allí y del abogado que gestionaba al dichoso padre del novio de su hija, Jacinto los amenazó de levantar una denuncia en su contra. Él no era un estúpido y se daba cuenta perfectamente que ese suegro de su hija, era un desgraciado con dinero suficiente para comprar a las autoridades locales.

Cuando uno de los oficiales quiso amedrentarlo para que se callara, Jacinto le informó que el padre del chico que encerraron tenía el mismo, si no es que más dinero y poder que el hombre con el que hicieron un trato sucio. Insistió en que Humberto igual era un hombre poderoso y que no querían tener problemas con él.

Señaló a Vladimir sentado en el suelo, y aseguró, que si algo malo le pasaba al joven por su culpa, el señor Humberto llegaría hasta las últimas consecuencias.

Fue entonces que los liberaron. El abogado de Antonio informó a Jacinto que sus amenazas no le devolverían su casa y le dejo muy claro, que si intentaba levantar alguna denuncia en contra del dueño de la propiedad, el señor Antonio Regueiras se encargaría de que perdiera toda oportunidad laboral a su alcance.

Con un par de palabras altisonantes que hicieron sonreír a Vladimir, Jacinto ahuyentó al corrupto abogado.

Una vez libres, fueron recibidos por Maritza. Con un efusivo abrazo, Jacinto estrechó a su esposa entre sus brazos.

La mujer les contó que Abril había ido a buscar a Miles para que le diera información sobre Antonio y así tratar de arreglar las cosas. De igual forma, Maritza le dio su bastón al chico y le dijo que sus padres ya estaban enterados de todo el alboroto y que venían en camino.

—Ojalá y la fiebre me deje inconsciente, antes de escuchar los sermones de mi papá —ya apoyado en su bastón, Vladimir se movía pero muy lento. Su pierna débil le dolía. Tanto, que ya le llegaba el dolor a la cadera. Y la herida de la mano le daba dolor en casi todo el brazo. Sin embargo, intentó irse de allí—. Lo último que quiero, es discutir con mi papá.

—Pos te vas a tener que aguantar, chamaco. No seas rajón —Jacinto no le permitió marcharse.

—Don Jacinto, somos amigos, casi compadres ¿no? —Vladimir intentó irse, pasando a un lado del hombre—. Solo tiene que decir que soy un grosero, que no sabe dónde estoy porque me largué. Mi papá le va a creer sin problemas. Dígale que soy un impertinente que hace lo que se le da la gana, especialista en hacer enojar gente.

—Tu papá se va a preocupar, así que me vas a disculpar, pero... Pos no te vas. Y con permiso.

Inesperadamente, Jacinto lo tomó de la cintura y prácticamente cargó con él. Fue muy poco lo que logró levantarlo del suelo, ya que Vladimir era incluso más alto que el otro hombre.

La Sonrisa De VladDonde viven las historias. Descúbrelo ahora