Capítulo 23.- La sangre que nos une

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Por un momento, Antonio dejó de respirar. Procesó aquellas palabras, pero no les encontró sentido. No podía tomar esa declaración como una verdad.

—Sí. Miles y Vladimir, tus hijos. Aunque pienses que ellos tienen que hacer algún mérito para ser llamados hijos tuyos, el gran idiota eres tú. Porque tu sangre está en sus venas, lo quieras aceptar o no.

—Sandra, ¿de qué estás hablando? —Antonio palideció y la confusión lo dejó aturdido y desorientado— ¿Por qué dices que Vladimir es mi hijo? ¿A qué te refieres con que mi sangre está en sus venas?

—¡Ay no! ¿No sabías que Vladimir también es tu hijo? —Sandra cubrió su boca con las manos y se dio cuenta de la enorme indiscreción que cometió. Ella había estado segura que Antonio estaba al tanto de aquella verdad, pero por el rostro sorprendido que tenía, se daba cuenta que no lo sabía—. Vete de mi casa, Antonio. Olvida lo que dije. Estoy alterada, dije cosas sin sentido.

—No me voy a ir ¡No sin respuestas! —La sujetó por los hombros con fuerza, pero sin hacerle daño— ¡Dime todo lo que sabes! ¡Dímelo ahora!

—¡Yo no tengo por qué darte explicaciones que no me corresponden! —Sandra lo empujó y se alejó un poco— Vete de mi casa.

—Si no me dices nada, entonces con más razón esperaré a Miles para que él me dé explicaciones.

—¡No le puedes decir! Él no sabe nada.

—Dime todo lo que sabes y me iré ahora. Solo quiero saber la verdad.

—¿De qué verdad hablas? —Sandra intentó retractarse, pero no sabía cómo— No sé por qué dije tal cosa. Es tarde Antonio. Estoy muy cansada, vete y luego hablas con Miles.

—No me voy a ir. Quiero respuestas.

—¿Y qué respuestas puedo darte? —Ella señaló la puerta— Vete, no sé nada.

—Mientes —él intentó mirarla a los ojos, pero ella desviaba la mirada.

—No estoy mintiendo —dijo ya sintiéndose muy nerviosa.

—Escúchame bien, Sandra —Antonio la sujetó de un brazo y con su otra mano la apretó por la barbilla. Su agarre era firme y algo doloroso.

Ella quiso empujarlo lejos, pero era un hombre demasiado grande para poder moverlo.

—¡Suéltame Antonio, me lastimas!

—¿Tienes una idea de todas las cosas que he hecho en contra de Vladimir Mendiola? —dijo con aquella voz ronca y amenazante— Aun así, ese maldito engendro no me tiene miedo y se sigue interponiendo en mi camino. Lo haré pagar todas y cada una de las que me debe. Lo quitaré de mi camino, es un estorbo que no necesito.

Antonio la soltó de pronto y se dio vuelta caminando hacia la puerta.

—Eres un desgraciado, ojalá y Humberto te refunda en la cárcel.

La Sonrisa De VladDonde viven las historias. Descúbrelo ahora