❂Prólogo❂

16.3K 931 280
                                    

Él pequeño Regulus Black de tan solo cuatro años de edad se encontraba en su gran habitación preguntándose que lugar sería el más idóneo para esconderse, tenía que apresurarse antes de la llegada de la indeseada visita de la familia Tornetti, o mejor dicho antes, de la llega de la hija del matrimonio Tornetti.

Él señor Rufius y la señora Vibian eran de su total agrado, después de todo, ellos habían sido muy amables y generosos con él, además en algunas ocasiones le daban grandes y cuantiosos obsequios. Pero como siempre, debe haber un negrito en el arroz. Su pequeña hija Aradia.

La niña de rizos alocados, que le disgustaba de maneras exorbitantes. La chiquilla no se le podría catalogar como mala o desagradable, en realidad era todo lo contrario, era una niña muy alegre, algo empalagosa pero sobre todo muy ruidosa (con lo que a Regulus le gusta la paz y el silencio), y lo peor siempre lo seguía a donde el fuera, hacía millones de preguntas que iban desde cual era su estado de salud, hasta las más tontas y sin sentido alguno.

Estaba terriblemente agobiado con el constante hablar de Aradia. Regulus no comprendía como una niña de su misma edad podía ser tan diferente a él, e incluso ella se entendía mejor con su hermano mayor Sirius, y como no, ambos eran iguales de ruidosos, bromistas y rebeldes, siempre desafiando a los mayores.

Sin embargo Aradia lo perseguía como una gatito a su amo en busca de amor y caricias siempre frotando su cabeza y patitas en el cuerpo de su dueño para que le presten atención, lo malo es que en esa ecuación él era ese dueño y ella el gatito desvalido, Regulus no dejaba de preguntarse que rayos había hecho para que Aradia lo eligiera como objeto de sus constantes y múltiples muestras de afectos, ni siquiera Sirius era seguido con tanto ahínco.

Aunque en algunas ocasiones no todo era malo pues la pequeña molestia le había hecho sacar rebeldes sonrisas o carcajadas estruendosas, esas pocas y contadas veces habían sido inevitables, la chiquilla era verdaderamente ocurrente y muy patosa. Como por ejemplo, la vez en la que todos disfrutaban tomando el almuerzo en el jardín y Aradia accidentalmente vació la jarra de limonada sobre Sirius, y un perro callejero terminó lamiendo todo el rostro de su hermano, o cuando Aradia jugaba con Sirius en el parque frente a la casa de los Black y en uno de sus tantos arranques de torpeza, tropezó y cayó en un charco de barro, convirtiendo a un antes blanco e inmaculado vestido en mugrientos y sucios harapos, Sirius que estaba mucho más cerca de Aradia decidió burlarse a carcajada suelta en vez de ayudarla.

Como fue de esperarse, siendo el tremendo diablillo que ella era, en venganza le lanzó una gran masa de barro a la cara dando comienzo a una guerra con tierra mojada. No fue hasta que los tres volvieron a casa cuándo realmente llegó la verdadera diversión de Regulus, y es que ver las caras de Sirius y Aradia hechas todo un poema mientras eran reprendidos, le resultaba sumamente entretenido. Ellos con sólo ver lo furiosas que estaban las señoras Black y Tornetti, su semblante rápidamente pasó a ser tan blanco como la leche, los gritos fácilmente juraría los escucharon hasta en China.

Esos días quedarían guardados en la memoria de Regulus por siempre.

Quitando esos minúsculos y cortos lapsos de diversión. La chica le irritaba y mucho, no entendía de donde sacaba fuerzas y paciencia para no ser cruel con ella, ciertamente, por alguna muy extraña e ilógica razón no podía ser desagradable con ella ni aunque quisiera, simplemente con ella no le salia la vena malvada y fría que normalmente demostraba tener.

Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta que habían pasado más de diez minutos, no hasta que su madre lo llamo desde la planta baja, fue cuando supo que ya era demasiado tarde para tratar de esconderse, Regulus dio un largo y pesado suspiro.

Bajó las escaleras como sí de un condenado se tratase y con pasos lentos se dirigió a la sala en la que se ubicaban sus padres, Walburga y Orion Black, quiénes mantenían una acalorada conversación sobre un tema que a Regulus lo tenía sin ningún cuidado.

Al fijarse bien y caer en cuenta que la dueña de sus pesadillas no se hallaba en el lugar, pudo ver un pequeño halo de esperanza, que duro sólo algunos escasos quince felices segundos, justo en ese mismo momento de júbilo venía Aradia de algún lugar de la cocina seguida por un jovial Sirius, en cuando la ojimiel lo tuvo en su rango de visión, echo carrera lanzándose a sus brazos estrechándolo tan fuerte como si fuese un peluche de felpa que no necesita respirar para vivir, Regulus como siempre recibió su abrazo con el cuerpo tenso y devolviéndole el gesto con una pequeña y escasa palmadita en la espada de Aradia, que a pesar de secó y escaso de efusividad o cariño, ella no dio señal de darse cuenta de nada.

En cambio parecía como si Regulus le hubiese dado su caramelo favorito, porque después y como siempre acostumbraba, le regaló una enorme y hermosa sonrisa, que en el fondo, aunque jamás lo admitiría en voz alta, para Regulus las sonrisas de esa pegajosa chiquilla eran de lo más hermosas que hubiese visto alguna vez.

En ocasiones y sin pensar le devolvía un pequeño gestó de lado que casi parecía una sonrisa, para la hija de los Tornetti esa simple muestra de aceptación era lo mejor del mundo.

-Hola Regulus, ha pasado tiempo desdé la última vez, te he extrañado muchísimo, ¿Cómo estas?, ¿No pasó nada nuevo en este tiempo sin vernos?- le dijo en su típico tono bonachón y jocoso.

-Bien, supongo, y no hay novedades- contestó Regulus en su conocido tono neutral.

-Aradia, recuerda eso que teníamos que hacer- dijo Sirius en un tono sospechosamente tranquilo desde espaldas de la niña.-¡Ah sí, es verdad!, en un momento vuelvo contigo Regulus.

Él pequeño sólo asintió, sin poder evitar pensar que esos dos tramaban otra de sus trastadas, Regulus simplemente no quiso saber, mientras Sirius mantuviera ocupada a su tormento personal, no los detendría. Justo cuándo iba a saludar al matrimonio Tornetti, sintió un suave, cálido y un poco húmedo toqué en su mejilla derecha, le tomó un momento comprender que Aradia lo había besado, pero al hacerlo se limitó a fruncir el ceño, y sintió una extraña sensación en la boca del estomago, como hormigas revolucionando su cuerpo. Lo atribuyó a la posibilidad de tal vez, estar hambriento, a pesar de no hay razón, pues solo medía hora antes almorzó. Sin embargo llamo a Kreacher, el elfo domestico de la casa, para pedirle unas cuántas galletas.

*.*.*

Bueno aquí esta el prólogo espero que les guste tal vez más al rato suba más capítulos comenten sus opiniones y sugerencias. Chao

El Hermoso TormentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora