4. ¿Gato o cisne?

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Arrojo la toalla sobre la tumbona, estiro mis brazos antes de prepararme para hacer un clavado, cuando me encuentro en el filo de la piscina, doy un salto para seguido hundirme en el agua

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Arrojo la toalla sobre la tumbona, estiro mis brazos antes de prepararme para hacer un clavado, cuando me encuentro en el filo de la piscina, doy un salto para seguido hundirme en el agua.

Mientras nado no pienso en nada más que retener el aire suficiente, dar brazadas y luego respirar. Cuando me canso me detengo para flotar boca arriba. El agua absorbe todo estrés y me hace sentir ligero, porque me hace flotar sin necesidad de usar mis fuerzas. Es justo lo que necesito ahora. Incluso no pensar nada, solo sentir el agua.

Pero todo el ambiente se desvanece, porque como deduje, deshacerme de Krooz no sería sencillo.

—Sé que estás ahí —digo, aún sin abrir los ojos—. Tu presencia es tan perturbadora que me cala los huesos.

—Puedo volver después.

Me muevo para dejar de flotar y empiezo a nadar a las escaleras.

El momento ya ha sido arruinado.

Lo veo parado cerca de la tumbona, ahora luce sobrio y arreglado. No como ayer, cuando luché por evitar que terminara de desnudarse en el asiento trasero del auto.

—¿Por qué no vuelves...? —Lo miro con intensidad—. ¿Mejor nunca?

Krooz quita la mirada, parece apenado, pero no me interesa.

—Quiero disculparme por mi comportamiento de ayer y por haber hecho que perdieras tus clases.

Salgo de la piscina y me acerco a unos centímetros de él.

—No es necesario que te disculpes. —Alzo los hombros en un gesto de desinterés—. De verdad ya no me importa.

—Para mí es necesario. No quiero que pienses... No actúo de esa manera —hace una pausa—. Bueno, no de forma que pueda controlarlo. Hago cosas en momentos de espontaneidad. Pero... bien. Tal vez puedo ofrecerte algo a cambio de que tomes en serio mis disculpas.

Parece muy comprometido en su arrepentimiento.

Quizá deba aprovecharme.

—¿Quieres hacer algo para compensarlo? —pregunto con seriedad—. Porque ayer en serio tenía ganas de matarte.

Él sonríe, no sé si aliviado de que me haya convencido o curioso por lo que tengo para ofrecerle.

—Bien —acepta—, ¿qué debo hacer para compensarte el enojo que te provoqué ayer?

—Fácil. —Yo también sonrío—. Aléjate de mí.

Él continúa sonriendo, pero esta vez también ríe por lo bajo mientras reniega con su cabeza.

—Te estoy causando mucho estrés, ¿verdad?

Me contengo de ganas por aplaudir frente a su cara y decirle: —al fin vienes a usar bien tu cerebro.

El cisne y el príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora