24. Traición

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Son segundos antes de que consiga cerrar la puerta, y son suficientes para que Krooz aferre mi cintura con sus brazos y me regrese dentro de la habitación

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Son segundos antes de que consiga cerrar la puerta, y son suficientes para que Krooz aferre mi cintura con sus brazos y me regrese dentro de la habitación. Tras azotar la puerta me ancla encima de ella con él frente a mí. Sus brazos me sostienen con fuerza, tiene que estar encorvado para poder por lo menos igualar algo de mi tamaño.

—Suéltame.

—No haré eso.

—Déjame ir de Romaniv. Ya no me siento cómodo con esto.

La decepción se refleja en su rostro, sus ojos decaen mientras que sus manos van reduciendo el ajuste de mi cintura.

—¿Qué ocurrió? —pregunta con un tono dolido.

—Te pregunté qué es lo que estás haciendo y no fuiste capaz de responder.

Su actitud dudosa regresa.

—Lo ves. —Le indico—. No puedes. Y yo no puedo perder mi tiempo.

—Dios, Zov. —Se queja desesperado—. Claro que quisiera decírtelo. Es... Solo que temo que si lo hago puedas huir y no querrás verme.

—¿No te das cuenta de que justo ahora quiero huir y no volver a verte?

Me despego de la puerta para volver a salir, pero otra vez vuelvo a ser detenido. En esta ocasión las manos de Krooz se cierran en todo mi contorno apretándome con fuerza contra él. Baja su cabeza hasta colocarse por encima de mi hombro, siento su respiración caliente cerca de mi oído.

—Entonces lo diré. —Me susurra con más seguridad—. Ya que me has acabado la paciencia.

—Puedo decir lo mismo de ti.

—No de esa forma —dice, con angustia, mientras roza la punta de su nariz sobre mi oreja—. No puedo dejarte ir después de haber conseguido terminar con cada parte de mi autocontrol. ¿Cómo no lo notas?

—No entiendo nada de lo que dices.

—¿Qué tan claro quieres que sea?

—Con palabras cortas y precisas.

—Me asustas, Zov —habla con su boca pegada a mi cien—. Todo de ti y lo que me haces sentir. Sigo sin comprender como no puedes darte cuenta. Es como si estuvieras ciego.

Los puntos nerviosos de mi cuerpo reaccionan, alterándose por las dóciles, pero muy acertadas caricias que él imparte ahora por mi cuello, recorriendo mi piel, haciéndome sentir escalofríos por sus respiraciones.

—He traicionado toda mi vida por ti.

—¿Y eso qué significa?

—Que estoy acabado, por haber tomado la decisión más arriesgada, dolorosa y estúpida.

—No me sorprendería. Es lo que siempre haces. ¿Ahora cuál sería la diferencia?

—Que he cruzado la línea. Me enamoré de ti. No huyas, por favor.

El cisne y el príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora