13. Gato Vedmian

2.7K 390 213
                                    

Termino de bajar la larga colina de senderos y por fin encuentro el camino principal que atraviesa el bosque y lleva directo a la cabaña

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Termino de bajar la larga colina de senderos y por fin encuentro el camino principal que atraviesa el bosque y lleva directo a la cabaña.

Todavía distingo la agonía del alce. El olor del humo permanece sentado en mis fosas nasales, y lo peor es que ese olor no es el que me molesta, sino el otro, el del líquido carmesí que tiñó la capa blanca de la nieve.

Respiro y me froto la nariz con insistencia.

Lo tendré pegado el resto de mis días. Quizá solo lo volví a recordar, después de todo no es un olor nuevo.

Inhalo el aire frío, abro la boca para obtener más, la garganta se me congela al contacto de la temperatura externa. Me detengo frente al porche de la cabaña. Vuelvo a respirar y otra vez el olor atraviesa directo a mis pulmones.

Es un aroma intenso, casi imposible de distinguirlo por completo, pero sé que es una mezcla de sangre y algo más.

Me siento en el suelo. Mis manos tiemblan, me quito los guantes y las analizo, como si estuvieran cubiertas de algo. Están rojizas, pero solo es mi sangre aún dentro de mí. Quiero vomitar, quiero llorar, sin embargo, no hago nada. Únicamente respiro el intenso aroma.

—¿Zov? —La voz se escucha lejana—. ¿Dónde estás?

Es Krooz. Y a pesar de que no quiero verlo, él me encuentra.

—¿Estás bien? —pregunta, tiene la voz exaltada. Seguro ha corrido después de mí—. ¿Estás herido?

—Sí. —Recojo mis rodillas—. Si estoy herido —contesto en tono monótono—. Pero no porque me hayas disparado a mí.

Lo escucho suspirar. Lo percibo fatigado, tal vez por el trote o por mi actitud.

—Tuve que hacerlo. Todos debemos demostrar algo frente a nuestros padres. Tú el intento de relacionarte conmigo y yo mi valor como esposo.

—Bien.

—¿Estás molesto por eso?

—¿Te soy sincero? —pregunto, intolerante ante su enclenque argumento de defensa.

—Por favor.

—Me importa una mierda tu valor como esposo —vocifero con desdén—. La tradición me parece una gran estupidez, y le disparaste a un pobre animal frente a mi cara.

—Iba a matarte si no lo detenía.

—Hubiera preferido morir.

—¡Yo no! —exclama impaciente—. Prefiero un animal muerto que hubieras muerto tú por un descuido mío.

No puedo continuar la discusión porque me quedo estupefacto. Mi boca se entreabre ante la conmoción, pero como puedo lucho por mantener la compostura. No puedo malinterpretar cosas así de nuevo.

Aunque sí puedo salir de dudas.

—Guardas mucha preocupación por tu cuñado. —Elevo la vista y me encuentro con sus ojos avellana, destellando indignación.

El cisne y el príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora