21. El último paseo

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El bajo tono de una canción me despierta

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El bajo tono de una canción me despierta. Abro los ojos lentamente, sintiéndome un poco desorientado.

En algún instante del viaje me he quedado dormido. Solo recuerdo las calles oscuras cuando partimos de casa. Sin embargo, ahora todo está iluminado.

Entre pestañeos acostumbro mi visión al brillo que brota de la nieve extendida a los costados de la carretera. Hay árboles distintos a los que se encuentran en Gienven, lo cual me hace preguntar en qué parte de la ciudad nos encontramos, porque no logro reconocerlo.

Al sentir un peso en mis muslos bajo la mirada para ver a Zooz durmiendo plácidamente.

—¿Tú lo pasaste adelante? —pregunto mientras acaricio a mi gato.

—Lo hizo él mismo. Luego de aburrirse de arañar los asientos intento echarse a descansar. Pero supongo que no podía verte desde ese punto porque estuvo maullando hasta que te encontró.

Mi corazón se encoge en una emoción tierna al escuchar eso. Había olvidado lo bien que se siente amar a un animal y que él corresponda ese sentimiento.

—¿Cuándo llegaremos?

—En unos minutos.

Con cuidado de no despertar a Zooz empiezo a acomodarme en el asiento. Siento la mitad derecha de mi cuello entumecida.

—No creí que volvería a dormirme. He estado inconsciente mucho tiempo.

—Estás enfermo. Lo más probable es que estés demasiado cansado... —Regreso mi cabeza para verlo—. Quizá no debí sacarte todavía.

—Siempre me siento un poco enfermo —musito con pereza—. Es lo más normal en mí. Además, el ocio es una de las cosas que más me aburren.

—¿Por qué? —pregunta con cierto tono ofendido—. Ha pasado mucho tiempo desde que ocurrió eso —acentúa la palabra—. ¿Por qué no quieres recibir ayuda?

Doy un suspiro y me quedo en silencio.

¿Cómo podría explicar algo así?

—No te intereses por ello. Es una pérdida de tiempo. No soy la clase de persona que le gusta recibir ayuda, o da explicaciones sobre lo que ocurre en su vida.

—Solo... Quisiera saber cómo te sientes.

Aferro mis manos a la gruesa chaqueta que traigo puesta.

¿Por qué le tiene que interesar eso?

Ni siquiera yo puedo aceptar como me siento sin tener vergüenza por lo patético que soy.

—No quiero hablar de ello —espeto—. ¿Me trajiste solo para chantajearme con un paseo y así yo pueda estar tan conmovido que quiera soltarte mi vida entera? —pregunto histérico—. No necesito que te preocupes por mí...

El cisne y el príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora