Capítulo 2

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Cuando despierto, debe ser de madrugada. Lo sé porque las cortinas están abiertas, permitiéndome ver cómo París descansa bajo el manto nocturno. Las luces de la ciudad logran entrar en el espacio donde estoy, dándole una iluminación tenue que me permite observar casi perfectamente dónde me encuentro.

Fuera de la habitación hay un silencio casi total, a excepción del susurro de una televisión no muy lejana. Un halo de luz del pasillo se cuela por la rendija inferior de la puerta, ayudando mínimamente en la iluminación de la habitación... una habitación que no reconozco.

Me pongo alerta de inmediato.

«¿Dónde estoy?»

Unas imágenes de Henri con su boca sobre mi cuerpo se reproducen en mi mente como una película. Se me contrae el estómago con el mero recuerdo de las sensaciones que experimenté gracias a él.

Siento una enorme repulsión hacia mí misma, una sensación de querer quitarme la piel que fue tocada por sus manos y su boca... creo que ni una larga ducha caliente logrará hacer que me sienta más limpia. Sus ojos mirándome con sucio deseo al verme medio desnuda y su evidente erección hacen que me estremezca de pies a cabeza.

Deslizo mi mirada por toda la habitación en su búsqueda, dándome cuenta que me encuentro en una habitación de hospital, y los músculos se me relajan al no ver rastros de ningún hombre aquí.

Unos metros más allá, veo a Blair, que duerme plácidamente en un sillón, de cara al espaldar y cubierta por una manta, su roja melena cayendo por el costado, llegando casi al piso. Se aferra a la cubierta y acomoda el cojín que usa como almohada antes de acurrucarse. No se despierta del todo y se nota que no está muy cómoda.

Tragar saliva me cuesta más de lo que esperaba, me arde la garganta y tengo una sensación similar a haber tragado polvo. Puede que esté más que hidratada por la vía que dirige el suero hasta mis venas, pero mi garganta se siente más seca que un desierto y es sumamente incómodo.

Miro a mis costados, a las mesitas que hay a los lados de la camilla, con la esperanza de ver alguna jarra con agua y un vaso, pero no hay más que un teléfono de línea fija. ¿Para qué las ponen si no van a tener a mano algo tan vital como el agua? A lo lejos, y entre la oscuridad, logro ver la silueta de un pequeño refrigerador al otro lado de la habitación.

Me siento en la camilla, dando un rápido análisis a mi estado actual. No me mareé con el movimiento, por lo que estoy casi segura que puedo llegar al refrigerador y tomar agua sin tener que despertar a Blair. Apoyo los pies en el suelo con cuidado de no tambalearme y tratando de ignorar el hecho de que tiene la temperatura de un témpano.

Tomo el soporte del suero con la mano que tiene la vía —la derecha—, y me dirijo hacia el refrigerador. Intento abrir la puerta sin hacer nada de ruido, pero ésta está bien sujeta al resto del electrodoméstico, así que tengo que hacer más fuerza para poder abrir.

Las botellas de agua chocan entre ellas, haciendo ruido cuando logro ver en el interior del aparato. Me llevo los hombros a las orejas y cierro los ojos con fuerza en reacción. Miro hacia atrás para comprobar que Blair sigue dormida.

Teniendo la botella en mano y el refrigerador cerrado, nace una nueva cuestión: ¿cómo abro la botella? Si bien el soporte del suero puede mantenerse en pie solito, mi mano derecha no tiene la fuerza suficiente para destapar la botella, no con un catéter puesto.

Coloco la botella entre mis rodillas, haciendo la presión suficiente para que no se resbale, y con la mano libre hago la fuerza suficiente para desenroscarla.

Mis rodillas presionando el blando plástico es suficiente para que éste ceda cuando abro la botella, inundando el piso frente a mí.

Retrocedo lo más rápido que puedo para no mojarme los pies, llevándome el soporte del suero conmigo y casi cayéndome. La botella de agua cae al suelo cuando separo las piernas y oigo que Blair se levanta rápidamente ante el estrépito.

De París, con amor [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora