Capítulo 36

2.8K 283 64
                                    

Salgo del edificio con dirección al restaurante a paso apresurado, pues me había quedado dormida después de haber almorzado, y desperté cuando faltaban diez minutos para comenzar mi turno.

Usualmente sucede que, mientras más prisa haya, más se ralentiza todo, como si el destino estuviese en contra. Los turistas siempre han sido un tanto exasperantes, caminando a una velocidad tortuosamente lenta, y eso no me favorece justo ahora.

Pido permiso a varios transeúntes y me disculpo con varios al chocar levemente con ellos por las prisas que llevo, hasta que choco de lleno con alguien y me veo obligada a detenerme.

—Lo siento mu... —Me detengo en seco al levantar la mirada. Él luce casi tan sorprendido como yo, pero esa impresión no le dura mucho; su semblante se transforma a uno socarrón.

El corazón se me va a los pies junto con el color de mi rostro. Intento retroceder unos pasos, pero él ya me ha tomado por los brazos de un modo casi amistoso, impidiéndolo.

Miedo crece dentro de mí, mi mirada reflejándolo, seguramente.

También me alegra verte, Amber. —Su mirada denota seguridad y cierta malicia.

Echo un vistazo a nuestro alrededor, queriendo pedir ayuda. Estamos en un lugar público, lo que me da ventaja. A vista de los demás, todo transcurre normal.

—Será mejor que no hagas algo que llame la atención —susurra con tono amenazante.

Trago grueso y me retraigo en mi lugar, tratando de pensar, a través del miedo, una forma de librarme de esta. Y es cuando las palabras de Matthew vienen a mi mente; no debo dejarle ver que él puede conmigo.

—Si lo hago, ¿qué pasa? —le hablo en mismo volumen de voz, con un tono desafiante que oculta lo que realmente siento.

Noto un ligero movimiento en sus cejas... ¿sorpresa, tal vez? No lo sé, pero puede que lo haya tomado desprevenido.

—¿Qué vas a hacer? —continúo, al ver que él no dice nada, ni siquiera se mueve—. Estamos en plena calle con un montón de personas viéndonos.

La socarronería desaparece de su rostro, sus expresiones oscureciéndose.

—¿Qué idioteces te ha metido ese imbécil en la cabeza? —espeta, como si la simple mención de Matthew le diera náuseas—. Sigues viéndolo, ¿cierto?

—¿Y a ti qué te importa? —Me remuevo, intentando zafarme, fracasando—. Te recuerdo que ya no somos nada y no siento nada por ti.

Solo repulsión y enfado, pero creo que es mejor no decirlo por ahora.

—Dos años de relación no se superan en unos pocos meses. Estás con él porque no soportas la idea de estar sola. Huiste de mí hacia sus brazos, ¿crees que no me di cuenta?

—¿Qué locuras estás diciendo? A él lo conocí después de terminar contigo... —me interrumpe.

—Y no dudaste en lanzarte sobre él, al igual que hiciste conmigo. Pero esta vez tenías el cuento de una damisela en peligro que vive huyendo o a la espera de que alguien la rescate.

Recordatorio —que no pedí— del por qué puse fin a esa relación. Una de las mejores decisiones de mi vida, a pesar de todo.

—¿Y qué si él me rescata cada vez que lo necesito? —replico—. No es asunto tuyo lo que suceda en mi vida... y suéltame, idiota, me estás haciendo daño. —Con cada movimiento que hago para intentar liberarme, solo logro que hunda más sus dedos en mi piel.

—No puedes negar lo que hubo entre nosotros, no puedes pasar por alto todo lo que vivimos juntos. Tenemos historia, Amber.

¿Y a este qué mosquito le picó ahora? Creo que el mosquito de la sobriedad. Milagrosamente, su aliento no huele a alcohol.

De París, con amor [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora