Extra 1. Inicio

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Matthew


Escondí los labios mientras veía la casa de mi tía con cierto temor. Miré hacia arriba, a mi mamá, que se encontraba casi en el mismo estado que yo, en busca de respuestas, pero solo me generó más preguntas.

Su mano apretaba la mía con demasiada fuerza, más de la que ella siempre usaba, aun así, no quise decir nada. Ya era un niño grande y podía soportar algunas cosas.

—¿Por qué tenemos que estar aquí? —le pregunté, aún mirándola, me negaba a seguir viendo la casa que tenía en frente.

—Hay algunas cosas que debo hacer, Matti...

Fruncí el ceño e hice una mueca de enojo.

Matti... No me gustaba que me llamara así. Era el hombre de nuestro pequeño hogar, que me dijera de esa forma solo me hacía sentir inferior al cargo que yo mismo me puse.

Sonaba muy... tierno, y yo quería dar una imagen de niño grande.

—Puedo acompañarte —susurré, casi rogando. Eran contadas las veces que había visitado la casa de mi tía, pero una cosa era segura: no me gustaba estar ahí.

—Dudo que mis compañeros de trabajo sean buenos con los niños —susurró de forma seca, aunque no entendí a qué se quiso referir.

—Puedo quedarme con la señora que me regala caramelos... Ella me agrada.

Mamá me dirigió una mirada tierna, aunque pude percibir otra emoción en sus ojos.

Suspiró y se giró hacia mí, poniéndose de cuclillas para que yo quedara un poco más alto que ella.

—No te gusta estar aquí, ¿cierto? —Esa vez, su tono fue mucho más delicado. Negué con la cabeza—. A mí tampoco me agrada la idea, pero es la mejor opción, a pesar de que no es muy buena. —Su mirada se perdió en algún punto detrás de mí, posiblemente imaginando.

En ese momento, no entendía por qué vivir con mi tía era la mejor opción, había estado allí la suficiente cantidad de tiempo como para tener claro que solo quería salir corriendo.

No lo comprendí hasta años después; la idea de dejarme por mi cuenta con personas que prácticamente eran desconocidos le aterraba más que dejarme con la ogra de su hermana.

—Matthew —me tomó de los hombros con suavidad—, sabes que necesitamos dinero para vivir. —Asentí—. A mí me queda muy poco, y debo ir a trabajar para tener más. Allí donde iré no aceptan niños, por eso no puedo llevarte conmigo, aunque es lo que más quisiera.

Miré la casa del terror, como solía llamarla, y luego a mi mamá. Ella tenía ojos suplicantes, así que le dije lo que me pareció más sensato en ese momento.

—¿Tengo tu autorización para irme de aquí a tomar un respiro cuando no la soporte? Intentaré volver, lo prometo. —Puse mi mejor sonrisa inocente, a veces lograba convencerla con eso.

La hice reír con ese comentario, que en aquel entonces fue una inocente broma de un niño de diez años.

—Sí tienes mi permiso. Confío más en ti que en ella para cuidar de ti mismo, pero por temas que te resultarán aburridos, no puedo dejarte solo en casa. ¿Listo para entrar? —Señaló la casa con un movimiento de cabeza.

—No. —Eso implicaba separarme de ella, y no quería.

—Yo tampoco... —Miró al suelo y suspiró nuevamente antes de incorporarse y tomar mi mano para adentrarnos.

De París, con amor [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora