𝑼𝒏𝒐

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La vidente fijó sus oscuros ojos en Tom y respiró profundamente antes de decir aquellas palabras decisivas que él nunca podría olvidar:

«Regresa a Hogwarts, porque allí te está esperando tu destino. Cuando la veas lo sabrás, porque nunca nadie ha podido ni podrá comprender tu alma como ella. Los une un lazo invisible, pero imposible de romper y una vez se encuentren sus caminos, no habrá nada en el mundo capaz de separarlos».

En cuanto la mujer guardó silencio, Tom supo con absoluta claridad, qué era lo que tenía que hacer. Desde antes de terminar sus estudios en Hogwarts, le había interesado el puesto de profesor de defensa contra las artes oscuras, pues veía muchas ventajas en tenerlo, pero se lo negaron por ser muy joven, era momento de volver a intentar que se lo dieran. Habían pasado un par de años desde ese día, y estaba dispuesto a conseguirlo a cualquier precio. Sentía una curiosidad inmensa por conocer a la persona de la que hablaba la profecía, no tenía idea de si era auténtica o no, pero necesitaba averiguarlo. Desde ya se preguntaba cómo sería y cómo sabría quién era. No comprendía el por qué de tantas ansias de encontrarse frente a ella, pero todo lo que quería era conocerla.

El director de Hogwarts de ese entonces, Armando Dippet, estaba encantado de recibir a Tom de nuevo en su oficina después de todo ese tiempo. Había oído que trabajaba en una tienda llamada Borgin & Burkes, y le parecía que tanto talento no merecía ser desperdiciado en un lugar como ese. Tom no tuvo que hacer muchos esfuerzos por convencerlo de que le diera el puesto, y así fue como se convirtió en el nuevo profesor de defensa contra las artes oscuras.

En cuanto Albus Dumbledore se enteró de que Tom Riddle regresaría a Hogwarts, se preocupó profundamente. No dijo nada ni trató de hacer que el director cambiara de opinión y buscara a alguien más para el puesto, pues era un hombre prudente y sabía guardar silencio cuando debía. Estaba hecho, en unos días se convertirían en colegas. Mientras caminaba hacia Hogsmeade, recordaba el día no tan lejano en que había ido a aquel orfanato a buscar a Tom. Once años habían pasado ya y en todo ese tiempo, su desconfianza hacia él solo había empeorado. Entró en el bar de su hermano Aberforth, que estaba vacío como casi siempre, y se encontró a Emerald, sentada sobre una mesa, leyendo un grueso volumen sobre transformaciones.

—Padre —la chica levantó la vista del libro un instante para saludar a Albus y luego volvió a la lectura.

—Emerald —dijo Albus.

Se quedó mirándola con una mezcla entre cariño y nostalgia, pensando en todas esas cosas que no le había dicho, en todos los secretos que le guardaba. Buscó en los bolsillos hasta encontrar una pequeña insignia, en cuanto la tuvo, se acercó para entregársela.

—El director me acaba de entregar esto —le explicó—, creo que todos estuvimos de acuerdo en nombrarte prefecta.

Emerald sonrió, dejó el libro a un lado y se levantó de un salto para abrazar a Albus. Que la hubieran nombrado prefecta era algo muy importante para ella, que todo lo que quería era hacer que su padre se sintiera orgulloso. A veces se sentía abrumada porque sabía que Albus era un gran mago y creía que debía ser igual, pero él nunca la había presionado para que fuera como él, al contrario, siempre insistía en que debía tener sus propios logros. Estaba a punto de iniciar su quinto año de estudios en Hogwarts y era una alumna brillante a la que todos los profesores querían, pero a pesar de eso, nunca se sentía suficiente. Dentro de ella había un vacío, algo que se sentía incorrecto, algo que no conseguía llenar con nada. Siempre intentaba atribuirle eso a que no había conocido a su madre. Su padre le decía que había muerto cuando ella nació, pero nunca hablaba de ella, ni siquiera su nombre le había dicho. Emerald había crecido en Hogsmeade, con su tío Aberforth, y su padre había mantenido en secreto su existencia hasta que cumplió once años y tuvo que ir a Hogwarts. Había muchas cosas que ella no entendía, muchos espacios vacíos en su historia.

—Te quiero, Emerald, y siempre estaré orgulloso de ti.

Las palabras de Albus hicieron que los ojos azules de Emerald se llenaran de lágrimas de alegría.

—También te quiero, padre.

—¿A qué debemos este momento tan emotivo? —preguntó la voz de Aberforth, que acababa de llegar.

Emerald y Albus se apartaron y miraron al recién llegado.

—Me nombraron prefecta, tío —explicó Emerald.

—Felicidades.

Aberforth sonrió y siguió su camino hasta las escaleras que conducían al segundo piso. Emerald murmuró una disculpa y lo siguió, con la intención de ir a su habitación a organizar sus cosas, pues casi llegaba la hora de regresar a Hogwarts. Entró, cerró la puerta y se quedó mirando la pequeña y sencilla habitación. La cama estaba contra la pared, justo debajo de la ventana, también había una mesa de noche, un escritorio y un armario. Se agachó para sacar su baúl de debajo de la cama, pero no pudo hacerlo, porque una fuerte punzada en el pecho captó su atención.

—Algo va a pasar —dijo en voz alta.

Sacudió ligeramente la cabeza, preguntándose qué le pasaba. Decidió no prestarle atención a eso y sacó el baúl para después empezar a empacar sus cosas. Mientras iba y venía entre el armario y la cama, la misma frase se repetía una y otra vez en su mente. Frustrada, se detuvo y resopló.

—Nada va a pasar, Emerald, ¿ahora qué demonios te sucede? —se dijo.

Al igual que su padre, tenía la costumbre de hablar consigo misma, aunque nunca lo admitía frente a nadie. Siguió con la tarea de empacar, aunque no se sentía bien, para nada bien, aunque no tenía idea de qué le sucedía.

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐨 || 𝐓𝐨𝐦 𝐑𝐢𝐝𝐝𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora