𝑪𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐

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A pesar de que acababan de comenzar el año escolar, los alumnos de quinto año ya tenían una enorme cantidad de trabajo por hacer. Emerald estaba en la sala común de Gryffindor, sentada en una mesa junto a Aline, intentando hacer una redacción de pociones. Nunca había tenido problemas de concentración... hasta que había conocido a Tom. Pensaba en él mucho más que en cualquier otra cosa y odiaba eso. Lo odiaba porque se sentía incorrecto, por eso no dejaba de repetirse que acababa de conocerlo y que además, era su profesor. 

—Terminemos esto rápido porque necesito que me acompañes a algo —dijo Aline, devolviendo a Emerald a la realidad. 

—¿Vamos a salir a esta hora? —preguntó Emerald, mientras consultaba el reloj en su muñeca— Son más de las diez. 

—Nadie va a vernos, por eso no te preocupes. 

—Yo no estaría tan segura. 

—No tardaremos.

Emerald lo pensó, pero terminó por asentir y hacer lo posible por terminar su redacción. En cuanto puso el punto final, recogió sus cosas y subió a dejarlas en la habitación que compartía con su amiga. Minutos después, ambas estaban saliendo con todo el sigilo posible de la torre de Gryffindor y encaminándose a lo que Emerald supo que eran las cocinas. 

—No puedo creer que vayamos a comer a esta hora —dijo, mientras tomaba a Aline del brazo. 

—Estoy segura de que hay tartas de melaza y eso no me lo puedo perder. 

Emerald sonrió y se detuvieron frente a un cuadro con un frutero pintado. Aline le hizo cosquillas a una pera hasta que pudo abrir la puerta y entraron. Como siempre, el lugar estaba lleno de elfos domésticos que las recibieron con entusiasmo y les ofrecieron toda clase de deliciosos manjares. Pero esa vez había alguien más allí, un chico. Estaba punto de morder una tarta de melaza, pero se quedó a medio camino y con la boca abierta, observando a Emerald. Ella se dio cuenta y esbozó una sonrisa tensa. De inmediato, el chico se sonrojó notablemente y cerró la boca. 

—Hola —dijo, con un hilo de voz. 

—Hola —respondió ella, y se fijó, por el uniforme, en que era un Hufflepuff. 

—Soy Daniel Greene. 

—Mucho gusto, Emerald Dumbledore. 

El chico sonrió y sus ojos verdes parecieron brillar por un momento, luego le tendió la mano e intercambiaron un apretón de manos. Aline se acercó con varias tartas de melaza en las manos y se quedó mirando a Daniel con interés. 

—Ella es mi amiga, Aline Ivory —los presentó Emerald. 

—Gusto en conocerte —dijo Daniel. 

—El gusto es mío. 

Aline compuso una sonrisa coqueta que Emerald nunca le había visto, y se dispuso a comer una tarta. 

—He escuchado que eres la hija del profesor Dumbledore —comentó Daniel, mientras se recostaba en el borde de una mesa y la miraba con atención. 

Emerald hizo un esfuerzo enorme porque no se notara lo mucho que le fastidiaba ese comentario. Le habían dicho lo mismo tantas veces que ya cansaba. 

«Como si no supiera ya todo el mundo quién demonios soy —pensó, con impaciencia»  

—Sí, así es —respondió, en lugar de eso y luego le dio un mordisco a la tarta de melaza que acababa de tomar. 

—Debe ser extraño que tu padre sea también tu profesor, ¿no? aunque creo que tendrá sus ventajas, no creo que te diga nada por no hacer tus tareas, y hablará con los demás profesores para que tampoco te digan nada. 

Aquel comentario aparentemente inofensivo, molestó profundamente a Emerald. Constantemente la gente pensaba que la única razón de sus buenas notas era que su padre era profesor, pero ignoraban lo mucho que se esforzaba. Le molestó tanto, que dejó la tarta de melaza sobre la mesa más cercana y salió de allí sin decir absolutamente nada, dejando al chico y a su mejor amiga más que sorprendidos. Había dado unos pocos pasos fuera de las cocinas cuando se encontró casi de frente con Tom. Ninguno de los dos esperaba encontrar allí al otro, de manera que se quedaron en silencio unos momentos sin saber qué hacer o qué decir. 

—Creo que estas no son horas de estar fuera de su dormitorio, señorita Dumbledore —Tom fue el primero en decir algo, aunque tuvo que hacer un gran esfuerzo por articular esas palabras, siempre que ella estaba presente era como si hubiera un inexplicable cambio en lo que lo rodeaba, a pesar de que todo se veía igual. Le dirigió una mirada intensa que la intimidó, de manera que se vio obligada a bajar la vista. 

—Profesor Riddle —dijo, en voz baja. 

Tom reparó en que era la primera vez que hablaban. No había tenido oportunidad de encontrarse con ella en un lugar que no fuera el salón de clases y allí no había prácticamente ninguna interacción, pero en esos momentos la tenía a menos de dos metros de distancia y no había nadie más por ahí cerca. Había pensado en una manera de acercarse a ella y hablarle, pero no se le ocurría ninguna, hasta ese momento. Tenía que aprovechar la oportunidad que se le había presentado.  

—No voy a tener más remedio que castigarla —dijo. 

Emerald levantó la vista y fijó sus ojos azules en los de él.

—Pero señor... —murmuró. 

—La espero mañana en mi oficina después de clases, señorita Dumbledore. 

Sin darle tiempo para replicar, siguió su camino, dejándola allí sin saber qué hacer. 

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐨 || 𝐓𝐨𝐦 𝐑𝐢𝐝𝐝𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora