𝑫𝒊𝒆𝒄𝒊𝒔𝒊𝒆𝒕𝒆

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Y después de eso, Tom y Emerald pasaron días sin hablarse. A ella no le sorprendió en lo más mínimo cuando Aline había ido a decirle que habían tenido que llevar a Daniel a San Mungo porque alguien había usado la maldición cruciatus en él. Tal como Tom le había advertido a Emerald, nadie sospechaba siquiera quién había atacado a Daniel. Ella no sabía qué pensar de todo eso. A pesar de que sabía que lo que Tom había hecho no estaba bien, no era eso lo que le había dolido y disgustado, era el hecho de que él no le creyera cuando decía que no estaba interesada en Daniel y pensaba que lo defendía porque sentía algo. También sabía que no era sano que él se comportara de manera tan posesiva con ella, pero en verdad quería estar con él y la distancia entre ellos solo hacía crecer sus sentimientos. A pesar de eso, intentó no ceder, pues le parecía que no había sido ella quien se había equivocado. Intentó enfocarse en estudiar y tratar de ocupar su mente en otras cosas, pero nada funcionaba.

Tom pensaba que tal vez se había excedido un poco en lo que le había dicho a Emerald, pero se auto justificaba aduciendo que ella defendía a Daniel y que eso le causaba desconfianza. Había pensado que al enterarse de que él le había hecho daño a Daniel, iría a buscarlo para decirle algo, cualquier cosa, pero no había sido así. Ella seguía guardando silencio y Tom sentía que ese silencio lo estaba matando. Tal vez lo había arruinado todo, su lado más oscuro podía ser demasiado para ella. No sabía qué hacer, si olvidarse de todo lo ocurrido y seguir adelante o ir a buscarla y hacer algo por tenerla de regreso. Pasó días sin saber qué hacer, hasta que llegaron las vacaciones de navidad. La mañana del veinticuatro de diciembre, Tom fue a Hogsmeade a buscar algo para regalarle a Emerald.

—Necesito algo bonito, que le guste y que le haga saber que quiero tenerla de regreso —se dijo, mientras se ponía una capa y salía de su habitación, pues afuera nevaba copiosamente.

Recorrió Hogsmeade sin decidirse a comprar nada. Era la primera vez en su vida que le daría un regalo a alguien, y le preocupaba no acertar. Pensaba en que tal vez lo mejor era dejar las cosas así, pero se sentía incapaz, no podía renunciar a ella, algo se lo impedía.

Emerald también estaba en Hogsmeade, pues en esa fecha siempre iba con su padre a visitar a su tío Aberforth. Al pasar por frente a una tienda, vio a Tom allí, y se preguntó qué estaría haciendo. Cada vez que lo veía, sentía el impulso de acercarse a él, pero lo reprimía, pues seguía pensando que era a él a quien le correspondía arreglar las cosas.

Emerald y Albus estuvieron en Hogwarts en la cena de navidad. Realmente muy pocos alumnos se habían quedado en el colegio para esas fechas, de manera que todos los presentes cenaron en la misma mesa. Emerald se esforzó por terminar lo más rápido que le fue posible, se sentía muy incómoda y tenía que hacer un esfuerzo enorme por no mirar a Tom. Él, por su parte, no se molestaba en disimular, pocas veces apartaba la vista de ella, y pensaba en cómo acercarse y entregarle lo que había comprado para darle. Ella terminó y se levantó despacio.

—Buenas noches a todos y feliz navidad —dijo.

—¿Te vas a descansar tan temprano? —preguntó Albus, un poco sorprendido, pues Emerald siempre acostumbraba a quedarse despierta hasta después de media noche en una fecha como esa.

—La verdad es que no me siento muy bien —explicó ella—. Con permiso.

Salió del gran comedor y pensó en irse a dormir cuanto antes aunque no tuviera sueño. Se sentía triste desde la mañana y no sabía por qué.

Tom esperó un tiempo que consideró prudencial para salir también e ir tras ella. La siguió por unos minutos sin decidirse a acercarse, después la detuvo tomándola del brazo.

—Emerald —le dijo.

Ella se asustó un poco y giró despacio hacia él.

—Tom.

—Necesito hablar contigo.

No quería admitirlo, pero le aliviaba que él se hubiera acercado con la intención de hablarle. Ya había llegado a pensar que todo quedaría así y eso era lo que la hacía sentirse triste. Asintió despacio, él la tomó de la mano y la condujo a su habitación.

Emerald se sintió un poco incómoda, sin saber qué hacer o qué decir, observó cada rincón de la habitación, que estaba en perfecto orden y olía al perfume que Tom usaba. Él buscó en sus bolsillos y sacó de allí una pequeña bolsa de terciopelo.

—Yo... compré esto para ti —le dijo.

Ella recibió el regalo, era una pulsera plateada que se asemejaba a una enredadera, con unas pequeñas hojas.

—Muchas gracias —dijo, tratando de no dejar notar lo emocionada que estaba por recibir un regalo de él— ¿Puedes ponérmela, por favor?

Él tomó la pulsera y se la puso en la muñeca. Luego se quedaron en silencio unos instantes.

—No podemos seguir así —dijo Tom, por fin.

Ella levantó la mirada y se encontró con sus ojos.

—Sí podemos seguir así, Tom, lo que pasa es que ninguno de los dos quiere.

Él estiró su mano para tomar la de ella.

—Creo que lo que pasó no es razón suficiente para dejar todo entre nosotros definitivamente, pero imagino que estás molesta por lo que pasó con ese chico. 

Ella respiró profundo, dispuesta a ser sincera. 

—Yo ni siquiera estoy molesta por eso, Tom. El problema es que no confías en mí, todavía no te has dado cuenta de la magnitud de mis sentimientos y crees que puedo fijarme en alguien más cuando ni aunque quisiera podría hacerlo, y es que no quiero. 

A Tom le sorprendía la sinceridad de Emerald y la facilidad con la que expresaba sus sentimientos. 

—Te quiero de regreso —le dijo después de unos momentos de silencio. 

Ella lamentó no poder seguir resistiéndose, pues teniéndolo allí, tan cerca, le parecía una estupidez no besarlo. Ya sabía que era alguien capaz de todo, pero eso no le asustaba, porque estaba destinada a amar incluso sus facetas más oscuras. Dio un paso hacia él y puso las manos en sus mejillas. 

—Si no me quisieras de regreso, creo que igual regresaría porque no quiero renunciar a lo que me haces sentir —dijo, y luego lo besó, liberando por fin la tensión de los días anteriores. 

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐨 || 𝐓𝐨𝐦 𝐑𝐢𝐝𝐝𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora