𝑫𝒐𝒄𝒆

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Emerald no sabía qué pensar ni qué decir. A una parte de ella no le parecía muy normal que alguien le dijera que ella lo obsesionaba, pero otra, la que iba ganando el debate que tenía lugar en su mente en esos momentos, se sentía profundamente halagada de que alguien como Tom se sintiera así con respecto a ella.

—Pensaba que iba a tener una cita con Greene —continuó Tom.

Emerald negó con la cabeza.

—Daniel no me interesa en absoluto.

—Pero salta a la vista que él está enamorado de usted.

Emerald no había pensado en eso porque los sentimientos de Daniel la tenían sin cuidado. Todavía no salía de su asombro por la reciente confesión de Tom, pero se obligó a no dejarlo notar tanto.

—No me lo ha dicho, pero si llega a hacerlo, tendré que decirle que no le correspondo —se encogió de hombros.

Tom respiró profundo.

—Este no es lugar para tener la conversación que quiero tener con usted, señorita Dumbledore. Yo necesito preguntarle muchas cosas. Venga esta noche a mi oficina para que hablemos.

Emerald asintió.

—Cuente con eso, señor. Nos veremos esta noche.

Dicho eso, salió del salón, sin saber qué pensar. Aline la esperaba a cierta distancia de la puerta, y por la expresión en su rostro, supo que por suerte no había escuchado las palabras que Tom le había dicho.

—¿Qué pasó? —preguntó y le dirigió una mirada curiosa— ¿Te va a castigar otra vez?

Emerald negó con la cabeza.

—No... —se esforzó por encontrar una excusa porque no quería contarle nada. Por alguna extraña razón, se resistía a contarle a alguien sobre sus sentimientos por Tom, y menos aun en esos momentos, en los que estaba segura de que eran correspondidos y cualquier cosa podía pasar entre ellos.

«Nadie debe saberlo —pensó—, seguirá siendo un secreto».

—Me confundí al entregarle el trabajo y le di la redacción de pociones en lugar de la de defensa contra las artes oscuras —mintió.

Aline la miró con preocupación.

—Últimamente estás muy distraída, Emerald. Sabes que si te pasa algo, o si tienes algún problema, puedes contármelo.

Emerald sonrió con agradecimiento.

—Gracias, Aline, pero yo estoy bien, en serio.

Aline la miró, no muy convencida, pero no insistió, la tomó del brazo y caminaron juntas hasta la biblioteca.

A medida que avanzaba el día, dándole paso a la noche, Emerald se sentía más y más nerviosa. Durante la cena no comió casi nada, solo miraba cada poco tiempo a Tom en la mesa de los profesores. No participó en las conversaciones que se desarrollaban a su alrededor en la mesa de Gryffindor, como solía hacer, pues trataba desesperadamente de encontrar palabras para explicarle a Tom lo que sentía por él, aunque todavía no lograba entenderlo muy bien. Desde que lo había visto, fijarse en él había sido inevitable, como si fuera algo que debía suceder. A pesar de lo mucho que se había resistido, solo caía más y más, y no conseguía dominar sus sentimientos. Esperó hasta después de las nueve, a que ningún estudiante debiera estar fuera de los dormitorios, y salió.

Tom caminaba por su oficina, pensando una y otra vez en lo que había dicho, preguntándose si no hubiera sido mejor quedarse callado. No era alguien que dijera lo que sentía, prefería guardáselo, pero lo que sentía por Emerald era algo muy distinto, algo fuerte y desconocido que nunca antes había experimentado, y no sabía qué hacer con eso. Se sobresaltó un poco cuando escuchó que llamaban a la puerta, respiró profundo y fue a abrir.

—Buenas noches, señor —saludó Emerald.

—Señorita Dumbledore —respondió Tom, y se hizo a un lado para dejarla pasar.

En cuanto cerró la puerta, caminó para ponerse frente a ella y se quedaron allí, en silencio, mirándose a los ojos por algunos minutos. Emerald reunió la fuerza suficiente para hacer un pequeño movimiento y estiró su mano para tomar la de él. Tom siempre había odiado el contacto físico, pero el hecho de que ella lo tocara le parecía agradable.

—¿Lo que dijo esta mañana es verdad? —preguntó Emerald.

Tom asintió despacio.

—Es verdad —respondió—, desde que la vi por primera vez, no he dejado de pensar en usted ni un momento.

—Pensé que yo era la única a la que le pasaba eso.

Él no supo qué más decir, porque su mirada había bajado de los ojos a los labios de Emerald.

«Jugarme el todo por el todo nunca sonó tan tentador... —pensó— arriesgaría hasta lo que no tengo por uno solo de sus besos».

Se le acercó un poco más, nunca en su vida había tenido tantas ganas de besar a alguien y en ese momento, estaba dispuesto a averiguar qué se sentía probar sus labios. Pero llamaron a la puerta. Tom se preguntó de quién se trataba, era ya tarde en la noche y no le causó una buena impresión esa situación, además de que le enfurecía que lo hubieran interrumpido en un momento así.

—Creo que es mejor que te haga invisible —le dijo en un susurro, algo le decía que era mejor.

Emerald asintió.

Cuando Tom fue a abrir la puerta, se encontró con Albus Dumbledore.

—Alguien me dijo que mi hija estaba aquí contigo —le dijo.

𝐃𝐞𝐬𝐭𝐢𝐧𝐨 || 𝐓𝐨𝐦 𝐑𝐢𝐝𝐝𝐥𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora